El menos común de los sentidos
¿Puede el sentido común otorgarnos una idea certera respecto de las soluciones que debieran tomarse siempre? ¿Es suficiente su posesión para sentirse idóneo y opinar sobre cualquier tema? ¿Debe irse Bauza de la Selección?
Según el filósofo René Descartes el sentido común es lo que mejor repartido está en todo el mundo ya que para él es una condición innata del ser humano el poder distinguir entre la verdad y la falsedad de las cosas, siendo esta característica la que definiría a aquel sentido que para Voltaire no tiene nada común.
Así pues, más allá de la definición cartesiana, lo cierto es que en la actualidad se ha tomado al sentido común como aquella intuición que analiza la realidad y devuelve juicios certeros respecto de ella sin más condiciones que la convicción acerca de lo que uno ve y cree, sosteniendo además que se habla en nombre no sólo de sí mismo sino también de "la gente". De esta manera la grilla televisiva cotidiana y las redes sociales se ven repletas de adalides (o también llamados los "tirapostas") quienes sin el mínimo rasgo de duda proclaman abiertamente las soluciones que a simple vista se deben aplicar en el plano del deporte, la política, la economía o cualquier otro ámbito que tenga incidencia sobre el devenir humano.
Como se puede observar, a medida que más preguntamos más se vuelve compleja la situación ya que la cuestión acerca de si todos tienen derecho a opinar o no es una duda que impacta de lleno en el concepto mismo de democracia. Es que nuestra excesiva fe en el sentido común tal como se lo entiende nos hace sostener que todo lo que decimos es necesariamente cierto y por ello pensamos que tenemos el derecho a decirle a los demás cómo hacer las cosas. Sin embargo, esto no tiene que ver con el hecho de que un sistema democrático debe dar voz y participación al conjunto de los ciudadanos que pertenecen a la sociedad; que la democracia deba propiciar la pluralidad de voces no significa necesariamente que todas las voces sean atinadas o tengan sí o sí razón.
De esta manera se abre una brecha vital entre lo que Descartes creía que era el sentido común y lo que en la actualidad se sostiene. Para el francés no basta tener esta capacidad de razonamiento ya que lo importante es aplicarlo bien, en cambio para el presente el sentido común se volvió en un conjunto acrítico de ideas que sostiene la legitimidad de su discurso en el poder que otorga lo mediático y la viralización, sin necesidad de pruebas empíricas ni grandes comprobaciones más que la frase "lo dice la ciencia". Por todo ello el sentido común no sólo se configura en un fenómeno verbal sino que también en un generador de prácticas, de votos y de consumo transformándose así en un territorio de batalla a conquistar con toda la artillería que se encuentre a disposición: comunicadores de horas pico, trolls de twitter, periodistas con traje de serios o campañas de naranjas infectadas con HIV.
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