Una gran mentira: “Hombres y mujeres están en igualdad de condiciones”

Es políticamente impecable decir que los hombres y las mujeres tienen los mismos derechos. Queda bien declarar que las mujeres “están ganando espacios a pasos agigantados”.


 


Parece muy culto afirmar que “el mercado por fin se está dando cuenta de que ellas están mejor o más capacitadas que ellos para muchísimas posiciones”  o que, por fin, las compañías están en vías de igualar los salarios y las oportunidades de ambos sexos, incluso en las posiciones que antes eran exclusivas de los hombres.


 


Se proclama desde los frentes feministas y “progres” que la igualdad de la mujer con el hombre es una realidad, que el lema “A igual trabajo igual salario” se cumple casi a rajatabla, con excepción de algunos despreciables reductos machistas o retrógrados.


Se dice también que la ley suele proteger siempre al más débil y en consecuencia debiera suponerse que ante cualquier contingencia la mujer se “salva” más que el hombre.


 


Todo esto es una sumatoria teórica que, en la práctica, no ocurre. Una cosa es lo que se dice y otra lo que se hace. Una cosa es lo que debería ser y otra lo que realmente es. y lo que es resulta ser que la proporción de mujeres pobres del país aumentó de manera sostenida y creciente durante las últimas décadas o, lo que es lo mismo, que las mujeres tienen proporcionalmente una situación económica peor que la del hombre.


 


¿Por qué? Básicamente porque se ha despreciado el valor de las tareas que suelen desempeñar las mujeres, sean docentes, secretarias o vendedoras, han quedado atrapadas en salarios cada vez más bajos que los hombres pueden esquivar huyendo hacia puestos más atractivos y mejor remunerados. Por más que sea especialmente a nivel gerencia, los mejores puestos están ocupados por los tipos.


 


Los hijos asustan a los hombres, pero más todavía a las mujeres que evalúan a otras mujeres: si encargadas de tomar personal tienen hijos, saben que habrá faltazos por fiebre, por actos escolares o porque la mucama no fue a trabajar y no hay con quién dejar a los chicos. De todas maneras, esta mujer-evaluadora tal vez sea la más benigna por una cuestión de solidaridad con el género y porque, en última instancia, se sabe que una madre va a cuidar mucho más un trabajo que una soltera sin tantas obligaciones.


 


Si la entrevistadora no tiene hijos, la causa está prácticamente perdida. Por un lado, porque al desconocer el mundo materno todo parece tremendo y dramático, porque en el fondo existirá una cuota de molestia común en cualquier mina que “no se ha realizado como madre”, ya sea porque envidia la maternidad o porque, si no le interesa, le da culpa tener enfrente a alguien que refleja un modelo opuesto.


 


Por todo esto, la mayoría de las mujeres deben resignarse a elegir entre los puestos que las aceptan y que, de alguna manera, les terminan “cobrando peaje” pagándole un poco menos que a los tipos y ofreciéndoles puestos de segunda categoría.


 


Esta situación de salarios y puestos subvaluados suele ser digerible cuando la mujer en cuestión tiene una pareja que compensa el nivel de ingresos familiares, pero si el equilibrio de pareja se rompe, la situación empeora…

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