¿Por qué nos sentimos en la obligación de festejar?

Sociedad

Con la aproximación de las tradicionales "fiestas", se instala en nuestras vidas una rutina exhaustiva y agotadora que tiene como fin preparar una celebración inolvidable y placentera para todos los convidados. Sin embargo, el trajín de su preparación, la repetición año tras año de diversas prácticas, roles preestablecidos y la excesiva carga publicitaria parecieran hacerle perder sentido a tanta época festiva que se termina convirtiendo más en una obligación que en un espacio de encuentro.

Con la aproximación de las tradicionales "fiestas", se instala en nuestras vidas una rutina exhaustiva y agotadora que tiene como fin preparar una celebración inolvidable y placentera para todos los convidados. Sin embargo, el trajín de su preparación, la repetición año tras año de diversas prácticas, roles preestablecidos y la excesiva carga publicitaria parecieran hacerle perder sentido a tanta época festiva que se termina convirtiendo más en una obligación que en un espacio de encuentro.

La palabra "fiesta" proviene del latín festa/festum y puede ser traducida como "alegría", "comunión" o "regocijo". Su casi nula alteración tanto en fonética como en significado desde sus inicios latinos tal vez se haya debido a que el ser humano desde sus orígenes ha incorporado la festividad en sus rituales cotidianos. En momentos de gozo o de algarabía ha sentido la necesidad de manifestarlo con todo su cuerpo, permitiéndose traspasar algunos de los límites establecidos para la vida corriente y dejando alcanzarse por sus instintos más irracionales y pasionales.

Ya sea una cuestión espontánea o una celebración que con el paso de los años ha ganado en tradición, lo cierto es que más allá de las crisis de todo tipo que la humanidad ha atravesado, el festejo nunca faltó. Así pues, esta capacidad de expeler ciertos impulsos contenidos o de subvertir aunque sea por un instante el orden establecido, le ha otorgado a la festividad una impronta revolucionaria en donde no sólo se da lugar a la exacerbación de la alegría, si no también a pensar por breves instantes cómo sería una sociedad diferente.

Por ejemplo, en las fiestas saturnales de la Antigua Roma durante siete días las barreras sociales se veían difuminadas y los esclavos podían tratar de igual a igual a sus amos, al mismo tiempo que las leyes o los cargos jerárquicos eran públicamente ridiculizados y a los soldados se les permitía el uso de ropa femenina. De hecho, este tipo de celebraciones fueron las precursoras del "carnaval" nombre acuñado en el siglo XV, heredero de estos y otros tipos de festejos a los cuales se le adhirió la huella cristiana, al utilizar los dos días previos al inicio de la Cuaresma para "elevar la carne". No por nada se prohibieron los carnavales en nuestro país durante la última dictadura militar...

Sin embargo ciertas festividades se han vuelto tan rígidas, rutinarias y costumbristas que hasta han perdido su impronta. ¿Acaso el festejo de la Navidad y el Año Nuevo no se han transformado en obligaciones más que en momentos de placer y encuentro? Los festejos del 25 de diciembre, celebración eminentemente cristiana que también recupera la tradición romana de las fiestas brumales, se han convertido en una carrera consumista en donde la adquisición de todo tipo de regalos, alimentos y bebidas son la prioridad número uno de las personas.

Mientras las publicidades se encargan de recuperar el imaginario del encuentro familiar para propiciar la idea de que consumiendo tal o cual producto se logrará una mayor cohesión, comunicación y felicidad entre todos, un gran sector de la sociedad se preocupa por cumplir con los ritos que, irreflexivamente se cree que nos llevarán al regocijo: llenar la mesa con excesiva cantidad de alimentos que no se consumen en otra época del año, asegurar que la reunión congregue la mayor cantidad de gente posible (el peor pecado es pasar las fiestas en soledad o con pocas personas) y cerciorarse que la abundancia se manifieste en cada detalle, aún cuando más no sea para ocultar la pobreza espiritual de cada uno de los presentes.

Así entonces nos encontramos con que las "fiestas" nos fatigan, nos cansan e incluso llegan a aburrirnos. ¿Por qué? Porque nos preocupamos más en cumplir con los mandatos sociales antes que en festejar verdaderamente. No hay paradoja más grande que el hecho de que una celebración propia nos estrese, pero esto es lo que en reiteradas ocasiones termina sucediendo. Año tras año los mismos ritos, las mismas palabras de salutación, los mismos deseos falsos, la misma vorágine consumista, las mismas rutinas, los mismos problemas...

Las fiestas han perdido en gran medida su impronta revolucionaria; el anhelo por cumplir con el mandato social y la falta de reflexión acerca de lo que significan nos han arrastrado hasta las profundidades de la rutina, hasta sentirnos obligados a festejar por pura repetición. Será cuestión de detenernos a pensar por qué festejamos, con quién y cómo queremos hacerlo y así tal vez podamos recuperar la verdadera fiesta.

Dejá tu comentario