"DEJÁ YO ME ENCARGO"

*¿Por qué nos la pasamos diciendo esa maldita frase? ¿Quién nos mandó a hacernos cargo de todo?

Cuando pienso en todo lo que hago simultáneamente me invade una especie de vértigo adrenalínico que me catapulta hacia mi nuevo millón de tareas que tengo que resolver en los próximos 10 minutos. Una vida de locos la que me tocó vivir…

Y todo por cumplir con este mandato socio episcopal del matrimonio, de la abnegación incondicional y del “dejá yo me encargo”.

“Dejá yo me encargo” generalmente tiene varios usos según sea el estado y momento del matrimonio en cuestión.

Muchas de nosotras lo usamos con amabilidad durante los primeros años (o meses) de casadas para demostrar nuestras acabadas aptitudes de mujeres integrales. ¡Grave error! No hay punto de retorno, es el clásico mal acostumbramiento del que no hay vuelta, los acostumbrás a eso y fuiste, te pasás la vida (o lo que dure la feliz convivencia) haciendo de todo.

Luego, pasados unos años, el “dejá yo me encargo” se tiñe de una monotonía gris y medio costumbrista. Ya ni se dice, se da por sobreentendido que tenés que encargarte de todo, y ante algunas caras feas con aires de reclamo del ala femenina de la pareja, ellos nos parafrasean como un placebo para nuestra creciente mala onda, y se encargan de alguna cosita perdida por ahí, como poner la mesa o levantarla cuando terminan de comer.

Y, ya entrado en años, la versión del “dejá yo me encargo” seguramente más conocida por todas, se traduce como “quedate quieto que si hacés algo seguro yo tengo el doble de laburo”. No faltan los ejemplos para que entiendan, cuando cocinan salpican hasta el baño que está en la otra punta de la casa, y dejan un tendal de ollas, platos, cucharas, cucharitas y demás utensilios que tengan a la vista…


 


Pasado este momento de pequeña actividad masculina pre andropáusica viene el ocaso, y el "dejá yo me encargo" tiene un atisbo de cariño por verlos hechos pelota, porque sabemos que las mujeres vivimos más que los hombres, entonces generalmente antes de enviudar debemos asistirlos devotamente hasta... que dejamos de encargarnos de todo... ya saben por qué... 



Ahora digo yo: ¿quién habrá sido la primera que empezó con el “dejá que yo me encargo”? ¿Habrá sido Eva, que dijo “dejá que la manzana me la como yo” y  en ese instante primigenio signó nuestro terrible derrotero hiperactivo? ¿Dios nos castigó y acá estamos? ¿O la cuestión no es tan bíblica y la cuestión es que los hombres no pueden masticar chicle y caminar a mismo tiempo?

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