El amo de casa

*Por Marcelo Talamazzi.

Aquel día comenzó siendo anormal para mí. El auto, que todos los días me transporta hasta mi oficina, estaba en el taller. Mi recorrido habitual, entonces, se vio modificado. Mientras caminaba, vi que se aproximaba hacia mí (caminando en sentido contrario), un hombre al que ya, desde el primer momento, creía conocer. A medida que las distancias se acortaban, pude confirmar que era él: Luis. Mi compañero, superior y luego amigo de muchos años, que, por mis distintas labores que me alejaron de mi ciudad natal, deje de ver. Yo había estado radicado en otra provincia, 8 años. Desde el mismo instante que lo divise, supe que este Luis, no era el mismo que "yo había dejado grabado en mi mente", cuando me fui. Aquel era un exitoso laboral, muy elegante (cuidadoso hasta en el mas mínimo detalle de su fisonomía), y siempre que no abocado a su rutina de trabajo, se lo veía muy feliz con su mujer "de años", Victoria. Este, el Luis que ya tenia casi de frente, se veía mucho más simple en su exterior, mas avejentado de lo que correspondería por el tiempo pasado, y un par de bolsas de supermercado que "colgaban" de su brazo derecho, pero eso si, emanaba como antes, una extraña y "muda" alegría en su rostro.



"Hola Luis, soy Marcelo", le dije, no sin antes obstaculizarle el paso. Su sorpresa fue mas grande que la mía, y su rostro normal, acrecentó su alegría que rozaba la felicidad. Un abrazo muy fuerte, incomodo de su parte por las bolsas, nos termino unir, entre la gente que caminaba por el lugar. ¿Tomamos un café? le dije, recordando las tantas oportunidades en que antes lo hicimos.



En ese momento me olvide de mis horarios, y la ansiedad por saber de su vida en esos años de ausencia, me invadió. No quise ser directo y, antes de preguntarle ¿a que te dedicas?, trate de recordar algunos hermosos momentos vividos en aquella oficina que compartíamos y, sobre todo nuestras salidas en pareja con Victoria e Isabel (mi señora). Sin premeditarlo, allí salio su historia: "Con Victoria nos separamos hace 4 años. Yo quede sin trabajo (un año antes de divorciarme), recurrí a algunos amigos, conocidos, contactos,  invadí de Curriculums la ciudad. El tiempo pasaba, yo sin actividad, y a la par de ese tiempo, Victoria cambio y fue convirtiéndose en un ser que jamás conocí, hasta que decidió continuar su vida con otro amor". En ese momento, interrumpió el mozo trayendo los cafés, y permitió que "enfriara" mi asombro y a la vez, observara que, a pesar de su relato, su rostro permanecía fiel a su esencia de siempre: feliz. Para mi eran la pareja perfecta: ella siempre hablando de él, él siempre con ella como ejemplo, muy unidos, tal vez porque la vida no les dio hijos. "Ahora soy amo de casa", mientras encendía un cigarrillo. Y allí comenzó su relato, adivinando mi inquietud.



Al poco tiempo de divorciarme, con los pocos ahorros que me quedaban,  abrí un negocio de venta de alimentos y accesorios para mascotas. Nunca fue lo mío, pero los animales siempre me gustaron. Pasaban los meses y en realidad, mas que un negocio, era un "alivianador de penas" pues en lo económico no era redituable, pero me mantenía activo y en contacto con personas de todas las clases sociales, que al menos hacían que mi voz sea escuchada, aunque mas no sea en mínimos diálogos. Pero dentro de ese "paquete de clientes", había una mujer que iba tres veces a la semana, que se destacaba. Delicada, bella y con un perfume muy particular, que se quedaba a vivir en mi olfato, hasta su próxima visita. Solo había un problema: no había dialogo, aparte del de la misma venta, que me permitiera un acercamiento y sabes, siempre fui tímido, más aun con las mujeres y peor si eran clientes, por cuidar el respeto. Hasta que llego ese bendito día (en este momento Luis hizo un pequeño silencio, se llevo la mano a su cabeza, levanto su mirada, y luego, retomando su posición normal, continuó): "Usted tiene una mirada muy particular ", fueron sus palabras mientras me pagaba la compra. Le respondí, rápidamente con mis palabras e ilusión lo que me pasaba, antes de que entrara otro comprador. Ese día supe que era la mujer de mi vida, con una mezcla de percepción y "revivir".


 


Curiosamente, Estela (ese es su nombre), volvió al otro día, haciéndome una compra que yo sabia no era necesaria, y el destino nos dio el tiempo para una charla mas intensa, donde supe que era soltera. A los tres meses, luego de varias salidas, cerré el negocio y abandone mi antártico cuarto de pensión, para irme a vivir con ella a un tropical y acogedor departamento. Estela es cardióloga, "hace" hospital por las mañanas y consultorio por las tardes. Sin estudios profesionales previos básicos en su especialidad, me curo mis "dolores del corazón". Ahora hago todas las tareas del hogar, las que fui aprendiendo poco a poco pero con la velocidad que impulso el amor...el verdadero y buen amor.


 


Una plancha, un secador de pisos o una cacerola humeante, es mi digna actividad como la de muchas señoras. No me importa que por allí escuche un "mantenido" o "vividor", pues se que no lo soy, es un trabajo mas en mi vida y vaya si lo es. Solo me importa nuestra felicidad, y por sobre todo, el futuro con la mujer de mi vida. Estela, termino Luis, esta embarazada de cinco meses: fruto de ese gran amor...fruto que antes no conseguí, fruto que no se consigue en el mejor de los expendios, en el mas grande de los hipermercados y que no cave en bolsa alguna.



Nos separamos, no sin antes prometernos encontrarnos con nuestras respectivas parejas.



Seguí mi rumbo hacia a la oficina y mi alegría y ansiedad me empujaron a tomar el celular y hablar a Isabel, para adelantarle algo de lo sucedido mientras caminaba...no podía esperar hasta la noche. Era mi amigo "reencontrado", era feliz, sufrió mucho, encontró el amor y espera el hijo que soñó casi toda una vida.


 


Luego de escuchar mi abreviado pero claro relato, Isabel dijo: "me alegro por Luis, todo muy lindo, pero no me gustan los mantenidos".



Me detuve a mitad de camino. Tome otro café, pensé, pienso...estoy muy preocupado y ahora yo soy, al que la ilusión abandona.
 
Marcelo Talamazzi

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