La mujer de mis sueños
*Por Andrés Vecino Sánchez.
Todas las tardes a la salida del trabajo iba a ése bar. En realidad iba a hacer un poco de tiempo, pues yo salía a las seis de la tarde de la oficina y Adriana, mi esposa salía a las ocho de la noche de la peluquería dónde trabajaba. No teníamos chicos y para ir a aburrirme en casa mirando televisión, prefería tomarme una copa aquí, escuchar un poco de música y ver gente. Beto, el barman ya sabía mis gustos, en invierno, cortado mediano y en verano, martini seco blanco con una aceituna. Era un ritual. Me acomodaba en la barra en la esquina derecha, mi sitio, encendía un cigarrillo, y Beto hasta sabía el día en que podía hablarme o no.
-¿Qué tal el laburo?- preguntó Beto, por preguntar algo.
-Como siempre. Le respondí. La rutina de todos los días, el jefe hinchapelotas, los compañeros olfas de siempre, y la secre que cada día está más buena.
-¿Está buena en serio, che?- Me preguntó, mientras le sacaba brillo a la misma copa de siempre.
-No te das una idea, es un animal en celo.
-¿Y se la morfa alguno?
- Qué se yo. Es muy reservada, nunca se supo nada, pero un minón así no puede estar sola.
-Y sí.
Beto siguió limpiando su copa y yo disfrutando mi martini. Desvié mi mirada hacia el costado y en ése instante la vi. Era una aparición, algo sobrenatural, una belleza sin igual, preciosa, una morocha en el otro extremo de la barra, tomando un whisky supongo, fumando, miré su rostro entre la mortecina luz rojiza de la lámpara y las volutas del humo, y me hizo acordar a la actriz Verónica Varano, una hermosura, de negro, con un vestido sensual, largo, abierto en las piernas, un escote que dejaban entrever el nacimiento de dos senos hermosos, y un par de zapatos de tacos al final de unas piernas de infarto.
-Primera vez que la veo, me susurro, Beto, cómplice al oido. Guarda que, vos no te diste cuenta, pero te marcó un par de veces.
-¿No será...?
-¿Gatubela? No, no da el target, ésta es una mina fina. Dale, encará, boludo.
-¿Te parece?
-Mirá.
Miré, me estaba mirando. Esto era así, de frente march, o encarabas y ganabas o rebotabas, o nunca te ibas a enterar y te ibas a maldecir toda la vida. Tomé mi vaso, me levanté y fui hacia ella.
-Hola.
-Hola, me dijo sonriendo.
-Perdón, esto es así, yo podía decirte, que me des fuego, que te confundí con otra persona, inventar cualquier excusa para charlar con vos, pero te canto la justa, me acerqué a vos, porque sos una diosa y me volví loco cuándo te vi.
Me miró, dio una pitada a su cigarrillo, en el bar estaba sonando Roxette y su tema “It must have been love”, con la mano libre tomó la punta de mi corbata y suspiró.
-Me encantan los hombres con cojones cómo vos, un gusto, soy Verónica (no podía ser, hasta se llamaba igual).
-Andrés, encantado.
-Andrés, me gusta, no es común ¿sos casado?
-¿Importa?
-Sinceramente, no.
-¿Y vos?
-¿Yo qué?
-¿Sos casada?
-¿Importa?
-Sinceramente, no.
-Andrés
-Si, decíme.
-Besame.
Epa, esto era más de lo que me esperaba, miré de reojo a Beto, que seguía limpiando la copa, cerró los dos ojos y asintió con la cabeza cómo diciendo, te lo dije, gil.
Tomé su cara con las dos manos, y la besé. Roxette seguía con su tema para mí. Que beso delicioso, creo que estuve diez o quince segundos, disfrutando su lengua, su saliva, era el sumun, era el sueño de todo hombre realizado, que maravilla. La sentí temblar. Separé mi boca de la suya y un hilo de saliva quedó entre nosotros cómo mudo testigo del placer.
-Hagamos el amor, Andrés.
No le dije nada, asentí volviéndola a besar. Nos levantamos de los taburetes, le hice una seña al Beto con el dedo indicándole que luego le pagaba, asintió con la cabeza, sonrió y siguió limpiando su copa.
-Tengo el auto a la vuelta, me dijo, vamos a casa ¿Vos andas a pié o en coche?
-En colectivo, soy pobre, bromeé.
Subimos a su Polo, metalizado, descomunal. Esto no me puede estar pasando pensé.
Llegamos a su casa, nos bajamos del auto, fuimos hacia la puerta y volvimos a besarnos con desesperación (como diría Sabina, “al llegar al portal nos besamos, cómo dos estudiante en celo”). Entramos y me dijo: -Esperá, voy a ponerme cómoda, servite un whisky, uno para mí y poné algo de música.
Fue lo que hice, me saqué el saco, aflojé el nudo de la corbata, serví dos whiskis con hielo, puse a Bryan Adams y su tema “Right here waiting for you”, encendí un cigarrillo y me senté en el sofá a esperarla. Salió de la habitación enfundada en uno de esos “baby doll”, o piyama transparente, negro, y debajo solamente cómo Marilyn, dos gotas de Chanel. Se sentó junto a mí, me sacó el cigarrillo de los dedos y me volvió a besar.
La pasión nos envolvía, nos quemaba, metí mi mano debajo de ése coso que no se cómo se llama, negro transparente, y toqué sus carnes, busqué sus piernas y las acaricié, ésa partecita de atrás de las piernas femeninas tan sensible al tacto y se erizó, seguí avanzando, puse mi mano en su parte húmeda y lasciva.
Retrocedió con su cuerpo para atrás, despegó su boca de la mía y con sus manos empezó a sacarme el cinto, desabrochó mi pantalón, bajó su cabecita, me miró a los ojos y comenzó a...
-Andrés, Andrés, vamos papi, despertate, que ya sonó el despertador, hoy es martes, tenés que ir al laburo.
Andrés Vecino Sánchez
Dejá tu comentario