Dicen que Zamora madrugó para atravesar sin problemas la frontera uruguaya, y que los asambleístas entrerrianos y los periodistas lo torturaron toda la mañana con recurrentes preguntas. Por eso, y hundido en el más profundo agotamiento, se tiró a la sombra de un arbolito, cerró los ojos y durante media hora recurrió a una típica siestita campestre que lo ayudó a reponerse mientras llegaban los últimos asambleístas que venían a saludarlo.
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