Nos guste o no, cada uno es responsable de sus actos, dichos y acciones... ¿no?

*Siempre intentamos echar culpas cuando las cosas nos salen mal.
*Sin embargo, a veces nos equivocamos, metemos la pata.
*Es que tomar decisiones no es fácil. Y menos cuando se trata de "los otros".

Si comparamos a una persona con un país podríamos decir que el cerebro es el gobierno o el que se encarga de tomar las decisiones, y el resto del cuerpo serían los trabajadores o quien acciona para concretar esas decisiones.

En nuestra natural arrogancia asignamos a nuestra conciencia y nuestra percepción (lo que veo, lo que oigo, lo que toco, lo que siento) el valor de “yo”. Entonces si veo algo diré “yo lo ví”, y está bien que así sea, pero no es todo.

¿Cuántas veces nos aguantamos, hasta ampollarnos, un zapato incómodo? A veces innecesariamente, aún ante la existencia de otras opciones. En ese momento no pensamos en “los de abajo”, en los oprimidos. O peor aún, no nos importó. Y soportamos concientemente el dolor porque consideramos que la oportunidad lo valía, o porque “no me queda otra”.

Nos quejamos cuando nos toca ser el que sufre, pero no siempre escuchamos esos reclamos cuando nos toca ser el que decide. En especial si somos quien toma la decisión que hace sufrir.

En el mundo de los adultos a estas decisiones, muchas veces, se las llama sacrificio. Y entonces entendemos por qué una madre sonríe satisfecha al ver a su hijo comer, aunque ella se esté muriendo de hambre. O entendemos a un padre que juega apasionado con su hijo, después de un agotador día de trabajo.

Cuando se trata de un país, tal vez, nos resulta más complejo entender quiénes somos y dónde estamos ubicados dentro de la escala de responsabilidades de cuánto sufrimos y cuánto decidimos.

Pero tomando a cada individuo como si fuera un país, podemos decir que somos enteramente responsables de las decisiones que nos hacen sufrir (también de las que nos hacen disfrutar, pero de esas no nos quejamos). Está todo en el mismo envase, el que decide y el que sufre. Es el “yo” de cada individuo.

No es fácil gobernar bien. No es para cualquiera. Si a veces me resulta difícil tomar decisiones que no me perjudiquen (llámese alcohol, cigarrillo, juego compulsivo, manías, fobias, estrés o el zapato que me aprieta),  cuánto más difícil será tomar decisiones que involucran a diferentes personas, de diferentes sectores, con diferentes necesidades y que todos resulten satisfechos.

No puedo derrocarme. No hay paredón para mi. Estoy condenado a soportarme. La reelección es continua, no hay lista opositora, así que más me vale gobernarme bien, porque si me revoluciono, acá adentro no va a quedar nadie en pie.

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