Los feos no tienen derechos

Sociedad

La fallida campaña publicitaria que protagonizaron Candela Ruggeri y Rodrigo Noya abre la oportunidad de reflexionar en torno a los prejuicios sociales y cómo estos inciden en nuestras decisiones.

"¿Por qué no podemos salir con chicos diferentes que nos tratan bien? Yo estuve con chicos que hasta no tenían auto" Con estas palabras Candela Ruggeri intentó dar sus explicaciones respecto a la controversia generada por la campaña publicitaria de una marca de desodorantes masculinos donde ella debía simular una relación algo más que amistosa con el actor Rodrigo Noya, simulación que fue puesta en evidencia ni bien ambos dieron a conocer en redes sociales su salida nocturna.

Candela y Rodrigo
Candela Ruggeri y Rodrigo Noya
Candela Ruggeri y Rodrigo Noya

Ahora bien, de las múltiples aristas a interpelar reflexivamente que emergen de esta situación podemos empezar con una de las más contundentes: la marca armó la relación entre una mujer estéticamente bella según los estándares sociales actuales y un hombre no tan "fachero" a sabiendas de que eso generaría una fuerte repercusión social. Pero ¿por qué genera controversia que una chica "linda" salga con un chico "feo" o "diferente" según las palabras de la mediática?

En este sentido, pareciera ser que la sociedad tiene incorporados modelos respecto al deber ser de la pareja, lo que queda "bien" y es esperable como por ejemplo que haya una concordancia estética-generacional entre los miembros de la misma. Aún es chocante para algunos ver una pareja donde la mujer es mucho más alta que el hombre, donde hay una gran brecha generacional (más todavía si es la mujer quien es más grande) o donde una de las partes ostente un mayor nivel de belleza que el otro.

Asimismo también son vistas con sospecha aquellas parejas donde los roles sociales no se cumplen a rajatabla: la mujer manejando el auto o con mejores ingresos monetarios, el hombre con más preocupación por su imagen que ella o a cargo del cuidado del hogar. ¿Hemos pensado alguna vez que cuando decimos a un par de personas "qué linda pareja hacen" por lo general estamos legitimando estos preconceptos?

Así pues hemos tomado como "lógico" que cada persona se enamore de alguien de igual condición, sea esta económica, religiosa, estética, política o étnica; observemos sino cómo en las producciones estadounidenses en la mayoría de las ocasiones las duplas hombre-mujer siempre tienen el mismo color de piel. Es entonces en este verdadero corset cultural donde busca enclavarse la acción publicitaria: en la idea fosilizada de que las lindas eligen siempre lindos y que con un desodorante esto podrá romperse (nunca imaginar que una chica "fea" pueda conquistar a alguien bello).

Sin embargo el conflicto no se agota en el hecho de que nos convulsione una persona que elija a alguien inesperado, sino que también implica una discusión respecto al acto mismo de la elección. ¿Cómo sabemos que somos realmente libres al enamorarnos de alguien y que no lo estamos haciendo condicionados por estos prejuicios sociales? ¿Elegimos a quien queremos elegir o a quien nos han enseñado que debemos elegir?

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Desde Shakespeare hasta Disney, las historias de amor en donde el enamorado o la enamorada son personas indebidas siempre nos han conmovido aunque claro, para que permanezcan en el plano de la ficción ya que la mayor parte de las veces esperamos que las elecciones propias y las de los demás se vean acordes a las expectativas sociales, configurándose de este modo una brecha más que separa los incluidos de los excluidos, gente que puede entrar afectivamente en nuestra vida y gente que no, sea por su belleza, su nivel económico o su rol en la sociedad.

Aún queremos creer en que el amor es capaz de romper con todas las barreras y que en el siglo XXI hay moralidades que hemos superado. Tal vez en parte sea así, pero todavía resta una caterva de prejuicios instituidos al respecto de cómo se deben relacionar las personas y a quiénes sí pueden aspirar los "feos" y a quiénes no. Todo ha sido repudiable respecto a la farsa entre Ruggeri y Noya, no tanto por la mentira que quisieron instaurar, sino más que nada por la demostración explícita de que las ideologías reduccionistas siguen vigentes.

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