Una muerte festejada
Arquímedes Puccio, quien estuvo preso durante 23 años por haber secuestrado y asesinado a tres empresarios, murió este viernes a los 84 años.
Escribe Mauro Szeta
Casi nunca pasa. En general, todos eligen el protocolo, las formas políticamente correctas, el deber ser. En este caso, no hubo discurso inventado, o diseñado para la ocasión. Los familiares fueron claritos. La muerte de Arquímedes Puccio, los puso contentos. Tanto Rogelia Pozi, viuda de Eduardo Aulet, como Guillermo Manoukian, hermano de Ricardo, festejaron la muerte del jefe del clan más temerario y perverso de la historia criminal argentina.
Murió a los 49 años, cuando gozaba de libertad condicional y trabajaba en un estudio jurídico. Antes había intentado suicidarse tirándose al vacío en pleno edificio de los Tribunales. Su hermano Daniel fue condenado a 13 años de prisión, pero jamás cumplió la pena. Denuncian que hoy está prófugo en Brasil. Para entender la lógica del clan, hay que explicar cómo operaba. Los secuestrados eran conocidos de los Puccio, algunos de ellos, amigos del club. Perversión total.
El lugar de cautiverio era el chalet de la familia en el corazón de San Isidro. El mecanismo de ejecución: disparos de arma de fuego. Algo más los pinta oscuros al máximo. Con las víctimas asesinadas, cobraban los rescates igual, después de someter a los familiares de las víctimas a eternas postas para efectivizar el pago.
Arquímedes Puccio estaba viviendo en La Pampa. Estaba fascinado con la iglesia evangélica. Siempre negó los cargos en su contra. Jamás se arrepintió. Lo que nunca se pudo probar judicialmente, fue la participación de su esposa y una hija en los atroces crímenes de la banda. Como siempre pasa, hay cosas que no se pueden probar jurídicamente, pero eso no quiere decir, que no hayan pasado.
El dato es simple. El cautiverio de las víctimas fue en la propia casa donde vivían Puccio, con su esposa y las hijas. Es imposible que las mujeres no supieran que había gente secuestrada en la casa. Espanto total
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