Así se vivió la fiesta de Racing campeón en la tribuna

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Luego de 13 años La Academia gritó campeón en el fútbol argentino. minutouno.com estuvo en el Cilindro y te cuenta cómo fue el festejo por dentro.

Fue un segundo de zozobra, los fantasmas de un pasado que volvía, de un karma eterno que amenazaba con arruinar otra noche servida para la locura académica. Minutos antes, Carlos Sánchez estampaba un zurdazo precioso contra la red de Walter Benítez y de repente un gol de un Godoy Cruz que apenas cruzaba la mitad de la cancha encaminaba la definición rumbo a un desempate.

Desde la lógica era prácticamente imposible que el Tomba empatara pero se sabe, el fútbol poco tiene de lógica y por eso cuando los hinchas se enteraron del gol de Sánchez el miedo se adueñó del ceño de plateístas que se preguntaban unos a otros buscando respuestas que jamás llegarían: ¿y qué hacemos si nos empatan?

Fue un segundo porque Racing, preso de sus propios miedos y consciente de su historia, se complicó solo. Fue un segundo cuando una pelota quedó boyando en el área y Luciano Lollo, a lo Javier Mascherano en el Mundial frente a Holanda, ahuyentó el fracaso y la decepción con un cierre providencial que le devolvió el aliento y el alma a una tribuna que había quedado petrificada por un segundo. Un segundo eterno.

Aunque nadie lo hubiera confirmado, en el aire de Avellaneda se respiraba esa extraña sensación compartida de que todos esperaban el peor desenlace. Sobraba la ilusión pero también el temor por esas reminiscencias de años anteriores, de oportunidades dilapidadas, de esa maldita fortuna que parecía empeñada con un Racing que, inmerso en un cuento cíclico, se ilusionaba y decepcionaba semestre a semestre. Si al fin y al cabo en el fútbol, como en la vida, nuestro pasado es el ADN que nos define.

Ni siquiera el gol de Ricardo Centurión alivió esa sensación aunque fue fundamental para descomprimir los nervios de una hinchada que hizo vibrar los cimientos del Juan Domingo Perón con un grito desaforado que más que un festejo era un desahogo por ese gol que todos esperaban y nadie creía, por ese gol que todos habían imaginado de mil maneras distintas pero que nadie aseguraba porque encima Moyano se había vestido de héroe una y otra vez para hacer de su arco una fortaleza inexpugnable.

Recién en los tres minutos de recuperación estallaron las tribunas al grito del clásico "dale campeón, dale campeón". Llantos por doquier, abrazos interminables, cientos de promesas por cumplir y un mismo grito eufórico para ponerle fin a esa ilusionante maldición que siempre lo catalogaba como candidato y que rápidamente enterraba sus sueños, para tomarse revancha de tantas frustraciones y tirar todas las certezas a la basura para sumar una nueva estrella sin tener que esperar 35 años.


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