Pandemia dentro de una pandemia

Sociedad

Por Antonio Colicigno y Mauro Brissio

Un enclave es un territorio, nación o grupo humano que se encuentra inmerso en otro con características políticas, religiosas y geográficas diferentes. Un ejemplo de ello en la Argentina fue la firma inglesa La Forestal que explotó el sur de la Provincia del Chaco y el norte de los bosques santafecinos de quebracho desde 1906 hasta 1963 y se caracterizó por haber desarrollado la estructura de un Estado dentro del ya existente, teniendo incluso su propia moneda y fuerza pública.

Lo que ocurrió con La Forestal pasó a la historia como el ejemplo de una política de enclave que desarrolló un Estado dentro de otro Estado. Hoy, después de mucho tiempo volvemos a tener otro enclave, claro está, con características muy distintas porque la pandemia que llega con el Covid-19 se enquistó dentro de la que Mauricio Macri se encargó de propagar desde el momento en que asumió su gobierno. Decimos pandemia no en un sentido sanitario, pero sí desde sus efectos, desde el achicamiento del Estado, de la permisividad para la fuga de capitales, desde el endeudamiento salvaje e inescrupuloso, desde la implantación simbólica- comunicacional, de la teoría del esfuerzo individual como única herramienta de inclusión, en medio de una brutal caída de los ingresos, de la producción industrial manufacturera en caída libre, de una concentración de los ingresos en los sectores más altos, de una brecha de la desigualdad que sus políticas acrecentaron. El quintil más alto de la población concentró a diciembre del 2019 casi el 50% de los ingresos y el quintal más bajo menos del 5% (Cátedra Unesco sobre las manifestaciones de la cuestión social, en base a EPH, Indec).

De tal modo, tenemos la pandemia del Coronavirus dentro de la pandemia de la miseria planificada, ambas se expanden más rápido que un incendio descontrolado en un terreno forestal o silvestre. Los resultados de las que nos dejó el neoliberalismo, hoy profundizados por una pandemia que azota al mundo entero, los encontramos en el alto costo de los alimentos, la caída de los ingresos en trabajos formales e informales y en el sobreendeudamiento de las familias, tal como con mucha claridad lo enuncia el Ministro Daniel Arroyo.

El tratamiento que se comenzó a experimentar desde el Estado para hacer frente a esta pandemia se apoya en las políticas monetarias de transferencia de ingresos, como el IFE (Ingreso Familiar de Emergencia para monotributistas de las categorías más bajas, los sectores informales que han perdido sus ingresos, las trabajadoras de casas de familias). El refuerzo de la AUH (Asignación por hijo y embarazo), los ATP (Programa de Emergencia al trabajo y la producción), como salario complementario al sector privado, que incorpora nuevos rubros y además ya se extendió a las retribuciones del mes de mayo.

Además del enorme esfuerzo del Estado nacional para fortalecer una asistencia alimentaria que creció exponencialmente, superando los once millones de argentinos y argentinas asistidas.

Grandes desafíos tendrán los tiempos venideros. Recomponer la actividad productiva, centralmente la manufacturera, que es la que requiere mayor cantidad de mano de obra. Y una Argentina donde claramente el mundo empresarial no siempre se comporta homogéneamente como tal, algunos de ellos actúan de una manera, diríamos al menos egoísta y poco defensora del desarrollo nacional. Muchas veces descuida sus facetas productivas y deriva ganancias que debieran reinvertirse en la profundización de la actividad, hacia inversiones especulativas, e incluso llegando a la fuga de grandes capitales al exterior. Y en paralelo plantean el desafío de la búsqueda de mayor productividad para hacer más competitiva la industria argentina, machacando sobre el costo laboral del país. Herramienta probada como ineficiente en nuestra historia reciente.

Impulsar un Estado activo en materia de obra pública, construcción y refacción de vivienda (como ya hemos escuchado entusiasmados el anuncio de estos días), pero también en salud pública, donde se están haciendo los mayores esfuerzos para reactivar un sistema que había sido maltratado, descuidado, diríamos más bien, abandonado.

Un Estado que ayude a despegar a millones de argentinos de su precariedad, con insumos, con herramientas, con créditos blandos y accesibles para que cooperativas, grupos de emprendedores, creativos, logren realmente desarrollar sus capacidades.

Sin duda volver a la lógica de una creciente inversión educativa, ojalá también con una discusión de objetivos, de métodos de enseñanza, de igualdad de oportunidades, pero también de condiciones para que todos los niños, niñas y jóvenes transcurran su camino sin las profundas desigualdades a los que hoy se someten. No es lo mismo tener una habitación para uso exclusivo de un joven, a que este tenga que compartirla con otros miembros de su familia porque están en condiciones de hacinamiento.

No da lo mismo tener garantizado un plato de comida diaria que tener que concurrir a un comedor comunitario, más allá de la mirada atenta y afectiva de quienes ahí brindan su esfuerzo y amor al otro. No es lo mismo pensar en las áreas urbanas que en nuestro interior profundo, allí las posibilidades se alejan aún más.

Ni que decir de las brechas tecnológicas que, frente a la pandemia, se visibilizan como nunca antes. Esas y tantas otras son las condiciones a igualar.

Necesitamos a un Estado Nacional, que articule con las otras jurisdicciones, provincias y municipios, para que, de una vez por todas, se pueda combatir esa pobreza estructural o persistente, que seguramente nos llevará un plan de desarrollo, al menos de mediano plazo, para cortar definitivamente con el círculo perverso de la pobreza. Como viene diciendo desde el primer día el presidente de la Nación, Alberto Fernández, primero los de abajo, por eso nos atrevemos a soñar.

Organizaciones sociales, barriales, voluntariado, todos y todas pueden integrarse a un Estado presente, que escuche, proponga, planifique, evalúe permanentemente frente a una realidad social cambiante y dinámica.

Requerimos de recursos materiales, de bienes, pero también de una red estatal de profesionales, técnicos, promotores, que acompañen a estas poblaciones, que ayuden a complementar sus debilidades motivadas por las injusticias y desigualdades que llevan demasiado tiempo en las familias más pobres. Así como hoy revalorizamos una red de recursos del sistema sanitario –personal médico, de enfermería, camilleros, entre tantos otros-, lo social también requiere de un sistema interdisciplinario para que acompañe el proceso que permita a nuestros niños, niñas, jóvenes, ir encontrando ese camino de oportunidades para desarrollar su identidad y su inserción plena a una sociedad más igual. Que acompañe los procesos de cuidado, que garantice a las mujeres más pobres una vida plena, sin condenarlas a un futuro incierto y muchas veces, más afectadas por una cultura machista, por falta de recursos que le permitan mayor autonomía.

Un necesario acompañamiento, que más allá de lo material, como puede ser un ingreso, le brinde afecto y un camino de construcción de identidad, de una búsqueda del ser. Sin duda que existen redes estatales, de todas las jurisdicciones que intentan hacer esta tarea, experiencias pasadas y presentes que intentaron e intentan alcanzar lo planteado, pero no están desarrolladas ni integradas a lo largo y ancho de nuestro país. El desafío es profundizarlas, el desafío es un Estado Nacional que contemple la extensión de esta red, que sea el rector de la integración de lo existente y que proyecte hacia adelante un sistema único de acompañamiento social a nivel local.

Necesitamos además un Estado Federal, que sea capaz de romper con los programas enlatados, aquellos diseñados desde el centro del poder y que pretenden aplicarse de manera homogénea, que no contemplan las particularidades y diversidades de cada región, de su gente. Hay que atreverse a romper con ese estado que sigue siendo en muchos aspectos unitario y centralista en la práctica.

Estamos frente al enorme desafío de atrevernos, de buscar un cambio de paradigma, pero eso también nos obliga a repensar el Estado, con una mirada integral, con ruptura de fragmentaciones, donde nos atrevamos a soñar con acciones integrales, desde lo nacional, provincial, municipal. Donde el territorio se transforme en el espacio de todos, con el aporte de los movimientos sociales, de las organizaciones, de los actores de carne y hueso, con solidaridad y compromiso.

Es una nueva oportunidad, hay mucho para decir, son demasiadas cosas para expresarlas en tan pocas líneas. Sólo pretendemos aportar al debate, a la discusión, a invitarlos a soñar con políticas planificadas, más allá de una gestión concreta, a atrevernos a salir de esta doble pandemia con creatividad, compromiso, esfuerzo compartido, pero sobre todo con el sueño de construir una sociedad más justa, donde todes tengan ganas de ser, de crecer, de desarrollarse, de vivir con plenitud.

Esta es nuestra oportunidad.