Crónica de las primeras 48 horas sin clases y con chicos en casa
*Ante la escasez de recursos para entretener a dos hijos de 8 y 6 años, se escuchan sugerencias.
* Por Omar Lavieri
La gripe porcina ha llamado al aislamiento y a que las familias dejaran de hacer las cosas que habitualmente hacen los fines de semana. Ni una salida. Ni reuniones de amigos. Menos que menos si la idea era compartir un mate. Nada. Adentro de casa todo el tiempo y solos.
Así, lo que para una pareja de solteros o con hijos grandes puede sonar a fin de semana romántico, es algo bien diferente cuando hay un par de hijos de 8 y 6 años participando de la medida sanitaria forzosa. Durante estas 48 primeras horas de encierro escuché unas 76 veces la frase “Me aburro”. Y eso que los chicos durmieron 8 horas cada día.
Ante cada pronunciación de estas dos palabras sacamos a relucir alguno de los ases guardados para el plan de contingencia. Cuando las películas en DVD ya no conforman, se pasa a la tele. Pero todo tiene un final... Hay que apelar entonces a los juegos de mesa. Un rato de cartas. Otro tanto de bingo. Y cuando ya los que van perdiendo están a punto de iniciar un piquete, pasamos a los dibujos para colorear que fueron previamente bajados de Internet. Para alargar un poco la actividad, se puede proceder a sacar punta a toooodos los lápices del cajón de útiles. Y a pintar se ha dicho. A los dos o tres dibujos eso ya no entretiene a nadie.
Los juegos en la computadora son una buena alternativa para salir del paso. Uno, dos, tres, diez. “Pa... me aburro”, a lo que uno sonriente responde: “Vení a jugar conmigo un rato a la lucha”. Una temporada de pura acción que dura algunos minutos… Y ahí empieza la cuenta regresiva hasta el próximo aburrimiento.
Aparece entonces la sopa de letras sobre lugares de América del Sur, pero también se agota pronto. La sensación de encierro va aumentando. Una idea rendidora es incluir a los chicos en las tareas de la casa: a ordenar bibliotecas, limpiar escritorios, doblar remeras... hasta que los nenes se cansan, se van y se aburren nuevamente.
Entonces llega la hora de pedir refuerzos externos. Nos vestimos, porque seguíamos todos en pijama, y esperamos ansiosos que suene el timbre. Hacen su entrada triunfal los abuelos. Por supuesto deben venir munidos de sus respectivos certificados del Pami sección Ramos Mejía, alegando que portan muchos achaques pero no gripe porcina. Y además, traen consigo un frasquito del tan preciado alcohol en gel que en el Conurbano pagaron la mitad de lo que vale en Capital.
Los chicos despliegan la energía contenida ante los nuevos espectadores. Así, el abuelo es conminado a ver cómo el nieto juega al fútbol en la compu y la abuela, a presenciar las destrezas de la gimnasta de la familia que hace medialunas en el living. En un momento se escucha el inconfundible ruido de una pelota contra una pared. Eso quiere decir varias cosas: primero, que el nene dejó de jugar al fútbol virtual para jugar al fútbol real y segundo que, como hace frío, no está peloteando en el patio sino en el mismo living donde su hermana hace gimnasia.
Como otras tantas veces durante el período de encierro, la superposición geográfica termina en una de las clásicas peleas entre hermanos que durante este fin de semana subieron en un 43,7 por ciento. Por suerte, existe la televisación de los partidos y el varoncito se aburre igual que el padre con Banfield-Tigre, Boca-Colón y San Lorenzo-Argentinos. Durante los partidos hubo que buscar cómo entretener a la nena.
Claro, pero antes hubo que convencerla para que no hiciera en la primera tarde de aislamiento todos los deberes que en la escuela le dieron para el mes de receso escolar. “No, mi amor, por favor, hacé de a poquito. No completes todo hoy”. Llega la hora de la cena y ante la posibilidad de caer en un cuadro agudo de claustrofobia, la mujer de la casa decide no pedir pizza por teléfono: hace abandono momentáneo del hogar extremando las medidas de seguridad higiénica y se va a buscar la grande de muzzarella con fainá. Los chicos la despiden como a quien va a una expedición peligrosa.
Llega sana y salva y cuenta cómo está el mundo allá afuera. Vacío. No hay nadie en la calle, eso quiere decir que muchos han hecho lo mismo que nosotros. Los que no tenemos licencia por pandemia nos sentimos un poco dichosos de tener que salir el lunes hacia nuestros trabajos. Es que ya estamos agotados por nuestro esfuerzo denodado en pos de evitar la propagación del virus y, desde luego, a favor de estrechar los lazos familiares.
Fueron sólo los dos primeros días de aislamiento y ya se nos están acabando los recursos de nuestro tan premeditado plan de contingencia. Se escuchan sugerencias.
* Periodista de radio Continental y del blog www.politicaypelotas.com.ar
Las Más Leídas
Dejá tu comentario