Un cuento tonto pero no tanto
*Por Adrianina.
Cuándo Luz era chiquita, visitaba muy seguido a sus abuelos que tenían por vecinos a don Tito y a doña Tita.
Ellos siempre estaban sentados con sus reposeras en la vereda, llevaban muchos años de casados y no tuvieron hijos. Aunque tenían casi la misma edad, Tita parecía más joven.
A Luz le gustaba hacer enojar a Tito y sabía muy bien cómo hacerlo. Las medianeras de la casa de sus abuelos con la de Tito y Tita se comunicaban entre si, entonces Luz se subía a una escalera y les tiraba mandarinas que sacaba de los árboles, le pisaba la manguera a Tito cuando regaba el jardín, pasaba con los patines por la vereda a la hora de la siesta y alguna que otra travesura.
Pero lo que más hacia enojar a Tito, era cuando Luz le creaba intrigas preguntándole adónde iba su adorada esposa, muy arreglada, para dejarlo tantas horas solo.
La vida de Tito y Tita siguió siendo por años tan rutinaria como siempre, con una complicidad de parte de Tito en no querer saber dónde iría Tita.
Pasaron tantos años como treinta y no se cuantos.
Se murieron los abuelos de Luz, la vecina de enfrente, la de la esquina, y los de a la vuelta.
En la casa de sus abuelos quedó viviendo su tío Pepe; el solterón de la familia.
Grande fue la sorpresa que se llevó Luz cuando hace meses fue a visitar a su tío Pepe, y al llegar lo vio a Tito, que tendría como noventa y no se cuantos años, sentado en la vereda. Le preguntó por Tita, a lo que Tito le respondió: Duerme.
Tito hacía tres días que dormía con Tita y no se había dado cuenta que Tita... Tito nunca se dio cuenta de nada.
Pobre Tito ¿no?
Adrianina
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