Sexo y poder
*El presidente de Israel está acusado de violación y otros actos pervertidos, mientras al ministro de Justicia lo juzgan por acoso sexual.
*Junto a las fallas de inteligencia, los errores militares y los casos de corrupción en el gobierno ¿son signos de la decadencia que trae la opulencia?
Por Claudio Fantini
Para colmo, en Israel los escándalos sexuales se superponen ya que, por estos días, Haim Ramón fue suspendido en su cargo de ministro de Justicia por estar acusado de acosar a una jovencita.
El presidente de Israel, Moshé Katsav, está acusado de una amplia gama de delitos sexuales. El ministro de Justicia, por su parte, está siendo investigado por una denuncia de acoso hacia una jovencita.
Las sospechas sobre enriquecimiento ilícito que van creciendo en torno al primer ministro Ehud Olmert -el primer jefe de gobierno que posee una ostentosa residencia en Jerusalén-, aumentan la estupefacción del pueblo israelí.
Por cierto, la orgía de acusaciones sexuales en la órbita del poder ha conmocionado a una sociedad de muy fuertes valores morales y religiosos. Pero ese pueblo atónito está descubriendo que también a su país puede carcomerlo una gangrena frente a la que siempre, y con fundadas razones, se sintieron inmunizados: la corrupción.
Las clases dirigentes de Israel, moldeadas en la ética y la austeridad de los pioneros y los fundadores del Estado judío, nacido del abnegado e idealista comunitarismo del kibutz, si de algo hacían ostentación era de la humildad en su forma de vida.
La política siempre se vivió como una entrega, un sacrificio, con el desprendimiento y la sencillez que caracterizó a David Ben Gurión y Golda Meir. Con esa tradición dominando el grueso de la historia iniciada con la fundación del Estado en 1948, los israelíes se acostumbraron a que sus políticos sean austeros y rigurosamente éticos, pero comenzaron a descubrir la nueva realidad con las sospechas de que Ariel Sharon favoreció desde el poder los negocios de sus hijos. Y ahora brotan por doquier las denuncias de corrupción contra el sucesor, Ehud Olmert, quien probando que frivolidad y corrupción pueden ir de la mano, disfruta de una mansión como la que nunca antes había tenido un gobernante judío.
Las denuncias de corrupción y enriquecimiento ilícito echan sombras sobre el primer ministro israelí y parece que los políticos austeros y éticos ya no son al regla en el Estado judío.
Los israelíes, que con Yitzhak Rabin baleado en Tel Aviv descubrieron que el fundamentalismo y la guerra civil también acechan al estado judío, quizá vinculen los escándalos sexuales y de corrupción en la política con los fracasos militares y las fallas de los servicios de inteligencia.
Primero, el Shin Bet no detectó la conspiración que terminó en el magnicidio cometido por Yigal Amil. Ahora, el Mossad falló en calibrar el verdadero poder de fuego de Hizbolla y las estrategias inspiradas en el vietcong que la milicia chiíta desplegaba en el sur del Líbano. Los primeros visibles y garrafales errores de los servicios de inteligencia más célebres del mundo.
El Tzahal (ejército israelí) mostró su primer fracaso después de una historia de imponentes victorias donde sólo tuvo dificultades para vencer en la guerra del Yomm Kipur, pero sorprendió al mundo con sus proezas en los conflictos de 1948, 1956 y 1967, además de encandilar con operaciones como la que rescató a los rehenes del avión desviado al Entebe, el aeropuerto de Kampala, en la Uganda de Idi Amín.
Ese ejército que siempre vencía con el coraje de sus soldados y la genialidad de sus estrategas, nunca imaginó que un día vería renunciar al generalato. De brillantes comandantes como Rabin y Dayán, los israelíes pasaron al primer aviador que alcanza el máximo rango militar y luego comete una serie de estropicios tácticos y estratégicos que le impiden al Tzahal alcanzar los objetivos que se propuso al enfrentar a Hizbolla.
A los escándalos de índole sexual y al enriquecimiento ilícito se agregan las fallas de los servicios de inteligencia y la renuncia del generalato del ejército.
Los israelíes quedaron perplejos al ver que, por primera vez, sus soldados fueron a pelear sin sentirse motivados ni estar debidamente preparados. Acrecentaron luego su perplejidad al observar, también por primera vez, a los reservistas y oficiales reunidos en asamblea para cuestionar a los altos mandos. Y quedaron estupefactos cuando, después de un par de generales, le tocó el turno de la renuncia al propio general Dan Halutz, principal artífice de la frustración que encontró Israel en el Líbano.
Quizás, estas negras novedades generen en el pueblo judío un debate que ponga a Israel en comparación consigo misma; o sea que compare la Israel actual, que alcanzó la opulencia económica y el poderío militar, con la Israel de las primeras tres décadas. Aquel país humilde y pequeño que crearon campesinos e intelectuales en el medio del desierto y del odio de los vecinos.
Aquel país pequeño y humilde vencía, además de las batallas militares, todas las demás batallas. En la política, lograba crear y mantener una democracia insular en un océano de despotismo, al tiempo que transformaba desiertos, alcanzaba metas científicas, hacía prosperar la economía y, sobre todo, triunfaba en la batalla social alcanzando sorprendentes niveles de igualdad entre sus habitantes.
Llegó la hora de que Israel se compare consigo mismo tres décadas atrás.
Pero cuando al país humilde y pequeño llegó la opulencia económica y el poderío militar, junto a un sentimiento de invulnerabilidad llegaron males que los israelíes desconocían: la desigualdad social, la corrupción política, los errores del aparato de espionaje y los fracasos militares.
Ese debate en el que Israel se mire al espejo y recuerde cómo era 30 años atrás resulta impostergable ahora que sonó la última alarma.
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