Escrache benéfico / Última parte

Encargué a la Señora Etelvia que conchabara a su hija Isabel y dos chicas más. Le enfaticé la necesidad que fueran paisanas suyas. Efecto teatral que le dicen. Debían estar el 18 de diciembre en mi casa a las dos de la tarde, el Té de Caridad de verano se hacía a las cuatro de la tarde. Puntual como siempre.

Al volver de Capital, pasé por la casa de Beatriz. Me recibió bien, pero sorprendida porque nunca habíamos intimado al punto de visitarnos.  Cuando me hizo pasar y le expuse el motivo de mi visita, "(…) quiero resarcir un poco al grupo y por eso contraté un servicio de platos fríos, camarones, picaditas, quesos finos, paté (…) vos sabés -le dije- todas cosas ricas y originales". Sorprendida y halagada, Beatriz no dudó en darme el imprimátur a todo.

El sábado puntualmente a las dos de la tarde me llamaron de entrada para solicitar el permiso de ingreso de la Señora Etelvia, y sus acompañantes Isabel, Nurcia y Mandaí. Todas bolivianas, todas encantadoras y coloridas. Me dediqué a asignarles sus tareas a cada una. Y sus uniformes respectivos con la ropa donada y vendida por la "honorable" Beatriz.

A las 4 en punto de aquel sábado entré al gran salón, cuarenta y cinco minutos más tarde la reunión estaba en su apogeo. Como siempre, Beatriz tomó el micrófono, pidió silencio y entonó sus palabras usuales de agradecimiento y reproche.

Esta vez el escarnio correspondió a una socia nueva, Dora Fernandez Bettini "a quien comprendemos por no conocer a fondo nuestras costumbres, pero aún así le rogaríamos que para el Te de Otoño nos demuestre que la solidaridad es un acto activo, acto activo digo, de entrega y desprendimiento, porque -prosiguió la desvergonzada- necesitamos entregarnos a los pobres... no basta con proclamarse solidarios, hay que poner en práctica conductas acordes".  "Por último -agregó- estamos muy contentas de anunciar que Diana Mahgreb ha donado un excelente lunch frío para animar esta tarde de verano... pido un aplauso para ella".

Estalló un fuerte y caluroso aplauso.

Ante la invitación me adelanté, tomé el micrófono que me cedía Beatriz y dije "… gracias por todo, ahora disfruten de  estos manjares fríos, debo decirles que la comida ha sido suministrada por Don Valentín -susurro general de aprobación-, y que los uniformes del personal contratado, han sido cuidadosamente elegidos y comprados en negocios de reventa de ropa usada elegante y de ocasión que funcionan en la zona de Retiro”.

Di la señal y las cuatro bolivianas que entraron con las bandejas. Lucían sudorosas, agobiadas por el peso de su vestimenta, recargadas en el atuendo, absurdamente abrigadas, pero orgullosas de su elegancia. Encabezaba Doña Etelvia  envuelta en un espectacular e inconfundible abrigo de tigre sintético.

Se hizo un silencio. El silencio se tornó largo. Hasta que las neuronas, un poco perezosas comenzaron a unir y deducir. Las más rápidas hilaron pronto y ayudaron a las menos iluminadas. Pasó un minuto entero de silencio, las bolivianas en el frente, delante de las pilitas de ropa.

Las voces comenzaron a alzarse, las explicaciones tardaron pero resultaron obvias, las mejillas rojas de indignación,  las preguntas en voz baja pasaron a ser gritos y las miradas de cien mujeres furiosas, burladas y esquilmadas, por fin concurrieron todas hacia la presidenta. Empezaron a gritarle.

Opté por una discreta y triunfante retirada con una plácida sonrisa de satisfacción por la tarea cumplida.

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