Lalola: a la espera de la segunda vuelta
*El personaje de Carla Peterson dejará de ser un varón con cuerpo femenino y se convertirá en una mujer hecha y derecha recién después de la segunda vuelta. Te contamos por qué.
Cierta mañana Lalo Padilla se despertó transformado en una mujer. Harta de sus desplantes de Don Juan, una de sus víctimas tramó la venganza. Hechizo mediante, Lalo tendría que vivir la condición femenina en carne propia, para aprender de qué se trata. Mirada desde afuera, la labor de la bruja que ayudó a la vengadora fue impecable: Convertido en Lalola, el tal Lalo tiene por estos días una perfecta anatomía femenina. Pero la procesión va por dentro: su espíritu sigue siendo masculino; su mente funciona todavía como la de un varón.
- Zapatos taco aguja que te dejan al borde de un ataque de vértigo. Jeans que te cortan la respiración. Irrevocables sentencias de la biología: parirás con dolor, menstruarás con molestia.
- Madrugones despiadados para no salir de casa sin la previa sesión de revoque facial a fin de no aterrar al prójimo con el espectáculo fantasmagórico de nuestro par de ojeras.
- Desmayos mensuales en la farmacia de la esquina porque el precio de los tampones y las toallas higiénicas se disparó a las nubes y, para peor, el Presidente de la República ni siquiera nos ofrece un espejismo análogo al del kilo de papas a un peso con cuarenta.
- Curso de budismo Zen para abstenernos de cometer el delito de lesiones gravísimas contra el macho promedio que recita los lugares más comunes como si fueran inéditos: “No sos vos, soy yo”; “Vivo con mi mujer pero entre nosotros, hace rato que no pasa nada”; “¿Y ahora, qué hice?”.
- Asistencia perfecta al curso de budismo Zen recargado para aprender a soportar, estoicas, a las amigas que tras largar su diatriba contra el varón que se permite ejercer la libertad de no querer nada con ellas y hacérselos saber, agregan: “En realidad, huye porque está enamorado, y eso lo aterra”. Y para colmo del absurdo, rematan: “¿Sabés qué pasa? Es un fóbico. Tengo que darle tiempo”.
En fin, nada que una afronte sin demasiada pena y discreta gloria. Ninguna incomodidad con la que el personaje de Carla Peterson no pueda aprender a convivir igual que todas: sin chistar. Pero la semana última, Lalola se enfrentó con el padecimiento femenino por excelencia. El padecimiento que inauguramos en la pubertad y habrá de perseguirnos de por vida; el que te duele hasta los huesos y no admite anestesia; el que nos lleva a las mujeres a preguntarnos, cada quince o veinte o días, si no estaremos entregándonos a una práctica masoquista.
Sí, tal y como las lectoras de esta columna estarán intuyendo, Lalola conoció en su pellejo la pesadilla de la depilación.
Al verla sacar fuerzas de flaquezas para tolerar el tirón de la cera caliente a contrapelo, estuve a punto de declararla una mujer hecha y derecha. Pero me arrepentí. Ella libró tan sólo la primera batalla en la guerra contra el vello. Y la primera vez viene con la inconciencia bajo el brazo. Aunque te lo hayan dicho, hasta que no lo pasás, no sabés cuánto y cómo duele. Para que yo le otorgue el título de mujer, Lalola tendrá que demostrarme su coraje en la segunda vuelta. Cuando la vea de nuevo poniendo el cuerpo en la pelea que las mujeres estamos condenadas a perder por puntos y en la que, sin embargo, no tiramos la toalla, entonces y recién entonces, le entregaré su diploma de mujer.
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