Nuestra respuesta al macartismo oficial

El dirigente del PO aborda la conmemoración del 24 de marzo y las diferencias desatadas entre el oficialismo y los partidos de izquierda.

Escribe Jorge Altamira*

La Presidente de la Nación reaccionó con un discurso macartista al obvio fracaso del kirchnerismo en impedir que el Encuentro Memoria, Verdad y Justicia reuniera sesenta mil manifestantes, primero, y que pudiera conmemorar después, en la Plaza de Mayo, el aniversario del golpe militar del 24 de marzo. La semana previa, el jefe de Gabinete, Abal Medina, había ignorado los reiterados reclamos que se le efectuaron, por escrito,  para que el gobierno garantizara el derecho de manifestar  al Encuentro. Es claro que la jefa del Estado había impartido la orden para que el oficialismo usurpara la jornada en función de la agenda política del gobierno. Esto desmiente, en forma terminante, que la movilización de sus simpatizantes fuera independiente del aparato del Estado. La subordinación política tuvo su correlato natural en el dispositivo logístico enorme del que hizo gala la manifestación kirchnerista. Ante los cordones montados por La Cámpora, en la avenida de Mayo, las inmensas columnas del Encuentro eligieron serpentear por Santiago del Estero, Rivadavia, Salta y Bartolomé Mitre, para enfilar hacia Diagonal Norte y a Plaza de Mayo.

El oficialismo logró, ciertamente, su objetivo declarado de que el acto del Encuentro transcurriera en la noche de una luna en cuartos crecientes. Pero perdió políticamente – y no solamente debido a la advertencia bíblica de que los últimos serán la primeros. En efecto, clausuramos la jornada. Pero perdió,  sobre todo, por el contraste de agendas. En tanto el acto oficialista funcionó como claque de la reforma judicial que promueve el Ejecutivo, el del Encuentro denunció la ley antiterrorista, el Proyecto X de espionaje oficial, la matanza de aborígenes en las provincias gobernadas por el kirchnerismo, el crecimiento de la trata de mujeres y niños y la impunidad que gozan sus autores, la desaparición de Jorge Julio López y Luciano Arruga y, en definitiva, la complicidad de la Policía y los concesionarios 'amigos' del gobierno en el "plan criminal" que terminó con la vida de nuestro compañero Mariano Ferreyra. El esperpento judicial de los K –reivindicado en el acto oficial- impulsa el alargamiento de los juicios previsionales y laborales, en evidente perjuicio para jubilados y trabajadores, y la inmunidad para los funcionarios públicos, precisamente después de la tragedia de Once y los procesos que tienen abiertos Jaime, Boudou o Cameron. Eduardo Anguita, un intelectual destacado del oficialismo, se sintió obligado a desnudar, en un medio de prensa K,  la hipocresía del documento oficial, que condena la complicidad de la familia Blaquier con la dictadura y el secuestro y desaparición de luchadores, mientras ese mismo empresario recibe créditos subsidiados del Bicentenario y ventajas económicas para la producción de biocombustibles. No hace falta que se diga que el documento de las organizaciones K ahorra cartuchos con la Iglesia, luego que la Presidenta descubriera su tardía fidelidad a la jerarquía clerical. En el espacio de las pocas hectáreas que ocupa nuestra Plaza histórica, quedó expuesto un contraste político pocas veces tan transparente.

La Presidenta tomó conciencia de esta realidad política durante la forzada introspección personal que impone un vuelo de tres horas a Río Gallegos. Fue entonces cuando intentó contrarrestar el balance negativo que sacó de la jornada con una serie de tweets de inconfundible naturaleza macartista. En sucesivos disparos de tecla descalificó a la bandera roja del internacionalismo y la fraternidad de la clase obrera de todos los países; autojustificó su propio fracaso con alusiones a las ventajas recíprocas que se prodigarían "los extremos" en detrimento de los 'gobiernos populares'. La mandataria estaba sintonizando el canal Volver – la Liga Patriótica de los años 20 y 30, la Ley de Residencia de 1902 que castigaba la actividad "anti-argentina" de los trabajadores inmigrantes; la "sección especial"  de torturas de la Policía de las décadas del 30 y 40; o finalmente los slogans de la Juventud Sindical Peronista y del lopezreguismo de los años 70. Actualizó la teoría de los "dos demonios"; la presidente  insinuó la opinión, con estos tweets, que el golpe militar del 76 no hubiera ocurrido sin la provocación del otro 'extremo', una tesis que no es precisamente la que sostienen los miles de kirchneristas que ocuparon la Plaza hasta la puesta del sol. ¿No fue diseñado, acaso, por el Consejo Empresario Argentino (de "los grupos concentrados")  y por la cruzada anticubana de los gobiernos de Estados Unidos, Gran Bretaña y la entonces Comunidad Europea?  CFK no alcanzó a advertir, en el tiempo de vuelo, que sus amigos del chavismo se distinguen por su orgullosa vestimenta "rojo-rojita".

Los incidentes, muy menores, intrascendentes, provocados por una patota del IndeK frente a la columna que intentaba ingresar a la Plaza, no deben disimular la gravedad de los planteos de la primera mandataria. Menos aún deben servir como pretexto provocador para que la violencia de carácter faccional imponga su objetivo de bloquear el debate político. El contenido de los dichos de la Presidenta puede ser instrumentalizado en esa dirección. No es para nada lo que conviene para un desarrollo independiente y socialista del movimiento obrero y para un crecimiento político de la izquierda. La energía de nuestra respuesta política al macartismo oficial tiene también la finalidad de neutralizar el potencial de violencia reaccionaria que anida en las patotas de distinta fisonomía, como ha ocurrido con las patotas sindicales que comulgan con los gobiernos de turno, o los barrabravas financiados por los punteros políticos de la mayoría de los partidos tradicionales.

*Dirigente del Partido Obrero

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