Tierra de mujeres

La diputada porteña por el PRO, Gabriela Seijo, recorre anécdotas y pequeños actos de aquellas mujeres anónimas que entregan su tiempo y dedicación a mejorar la vida de la sociedad.

Usualmente, en un día como hoy, se suele recordar a la grandes mujeres que hicieron historia con mayúscula. Son nombres que todos conocemos, porque figuran en los libros y porque sus vidas son faros que guían a las personas y sus nacimientos o muertes se han vuelto efemérides. Si embargo, hay gente que pasa imperceptiblemente por la vida, por lo menos ante los ojos de la mayoría,  y que sin embargo tienen una misión, una vocación, gracias a la cual producen pequeños cambios que terminan siendo perdurables y trascendentales.

La función pública me dio la posibilidad de conocer a muchas mujeres que se acercaron para ofrecer sus conocimientos y capacidades para solucionar problemas concretos o para pensar cómo resolver causas ajenas. En diciembre de 2012, después de la vergonzosa sentencia del juicio de Marita Verón, un grupo de ciudadanas comenzó a reunirse todos los martes al mediodía en el Obelisco para unirse a la lucha contra la trata de personas. Muchas de ellas, por ejemplo, se reúnen todos los martes para despegar los volantes de oferta sexual de la vía pública de la Ciudad de Buenos Aires. Esta iniciativa, que tiene el título de Martes Rojos, hace de la ausencia una ganancia para todos. Allí donde antes había un aviso de oferta sexual, ahora hay un paso en el combate contra la trata de mujeres. A las mujeres, y también hombres, es cierto, que participan nadie les paga por su tiempo. Tampoco son familiares o víctimas de las mujeres sometidas a la prostitución. Son voluntarios que hacen una actividad transformadora, cuyos logros no sólo tienen eco en el objetivo de esta acción, sino también en la construcción de ciudadanía, en la construcción de solidaridad y en la construcción de justicia. No son las únicas, por supuesto. La Argentina y Buenos Aires están llenas, afortunadamente, de mujeres que a través de una ONG, de un partido, de una agrupación militante o simplemente de una iniciativa independiente realizan acciones para mejorar la vida de otros

Hace unos años, cuando salía del CGP de la Comuna 14, que dirigía, se me acercó una mujer de unos 70 años. Se presentó como Mercedes, y me dijo que había estado esperando un buen rato a que saliera para hablar sobre la Ciudad, sobre lo que ella veía y sobre lo que había vivido. Estaba convencida de que su memoria y sus vivencias eran parte del patrimonio de la Ciudad y que, en cierta medida, podían ser parte de la génesis de una idea, de una propuesta que hiciera falta para que otros vivieran mejor. No hablamos de proyectos concretos. Sin embargo, recorrimos plazas, calles, fachadas, personas y hasta conversaciones de terceros guardadas en su memoria palermitana que cada tanto se iban transformando en una idea. Mercedes, quien nunca me dijo su apellido, me regaló una enorme hora de su vida. Nunca volví a verla. No me dijo done vivía y aunque siempre esperé encontrarla a la salida del CGP, nunca volvió. Sin embargo, durante los años que estuve allí, algunas mañanas me ocupaba de empezar el día repasando esa caminata de una hora regalada a los vecinos de Buenos Aires, de parte de una mujer con nombre, pero sin apellido, que no buscaba reconocimiento, sino una idea que conectara sus sueños con el futuro. 

Gabriela Seijo
Diputada de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires

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