Setiembres negros de la historia
*El mismo día del mismo mes (11-S) evoca el sangriento golpe contra Salvador Allende en Chile y el primer atentado terrorista que alcanzó la escala del genocidio.
Por Claudio Fantini
El de Chile evoca la caída de Salvador Allende y el comienzo de una feroz dictadura. Por eso cada once de setiembre remite a la disculpa que Washington nunca pidió por la responsabilidad de Richard Nixon, Henry Kissinger y Alexander Haig en alentar a los generales Bernardo Leig y José Toribio Merino a dar el golpe de Estado.
Remite también a los militares chilenos que murieron por no traicionar la Constitución, como los generales Schnneider, Prats y Bachelet así como a la larga cadena de traiciones que hicieron que Augusto Pinochet, el último en sumarse al plan golpista, finalmente se adueñara del poder tiránico.
Pero quizá lo más importante del recuerdo está en Salvador Allende, el hombre al que distorsionaron sus enemigos y, muchas veces, también sus aliados y seguidores.
Los primeros lo traicionaron y los segundos lo dejaron sólo cuando el Palacio de La Moneda comenzó a ser atacado por las fuerzas golpistas.
Allende no fue esencialmente un marxista, sino un demócrata de izquierda. Porque nunca aceptó la teoría marxista de la dictadura del proletariado y, menos aún, la doctrina leninista del partido único.
Por eso en los tres años en que fue presidente, si bien hubo radicalización casi descabellada en lo económico, no hubo medidas contra la oposición ni se instauró censura alguna en la prensa.
Allende fue fundamentalmente un hombre íntegro, un hombre honesto y un hombre digno.
Esos tres atributos humanos explican que haya resistido hasta el último cargador de su ametralladora y que, cuando todo estaba perdido, tras ordenar a sus guardias y funcionarios rendirse y tratar de sobrevivir, dedicó la última bala a no dejarle al enemigo sino su cadáver.
También esos tres atributos explican la serenidad diáfana del discurso que gravó, en medio de un infierno de balas y bombas, como último mensaje, explicando la coyuntura histórica y diciendo “creo en Chile y en su destino”.
El otro 11 de setiembre (subtítulo)
Cuando el mundo vio a las torres gemelas arder como antorchas en el cielo neoyorquino hasta hundirse en el vientre de Manhattan, empezó a enterarse de la existencia de un tal Osama bin Muhamad bin Awdah bin Laden.
Sin embargo, a esa altura su cabeza ya cotizaba en cinco millones de dólares a pagar por el FBI, por haber estado detrás del coche bomba que dejó seis muertos en el subsuelo del World Trade Center en 1993, por las voladuras de las embajadas norteamericanas en Nairobi y Dar el-Salam (Kenia y Tanzania) y por el ataque al buque militar estadounidense USS Coll en un puerto de Yemen.
El número diecisiete de los cuarenta hijos que el padre tuvo con las veintidós esposas que integraban su harem, estudió teología en Yeddah, administración de empresas en el elitista Victoria Collage de Alejandría y finalmente se recibió de ingeniero en la universidad saudita Rey Abdulaziz.
Cuando creó Al-Qaeda tras haber luchado con los mujaidines afganos contra el invasor soviético, se convirtió en suegro y yerno del emir Omar, máximo líder talibán, porque la quinta esposa de Bin Laden es hija de Omar, mientras que la segunda esposa de Omar es hija de Bin Laden
Y el 11-S, tragedia que se le adjudica, no sólo fue la monstruosidad más fotogénica de la historia, superando al hongo nuclear de Hiroshima; sino que implicó un salto oceánico en la efectividad terrorista.
Hasta aquel trágico setiembre del 2001, el terrorismo había logrado mediante los coches y los camiones bomba la escala de la masacre. Pero con las muertes en Nueva York, Washington y Pensilvania, el terrorismo alcanzó por primera vez la escala del genocidio.
Acrecentando el efecto devastador de este acto de exterminio perpetrado por lunáticos genocidas, el 11-S fue el instrumento con que el ala extremista de la administración Bush se adueñó del poder total y aplicó su visión radicalizada del mundo.
Cuando a Chou En-lai le preguntaron cual fue el efecto de la Revolución Francesa, el intelectual y dirigente comunista chino dijo “es demasiado pronto para saberlo”.
Del mismo modo, es pronto para saber cual será el efecto del 11-S en el mundo. Pero en lo inmediato, es verificable que implicó el debilitamiento de las instituciones republicanas y la pérdida de libertades esenciales al modo de vida americano, además de liberar un belicismo imperial cuya consecuencia devastadora en poco y nada sirvió para debilitar al engendro terrorista.
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