La polémica por el #vestido: ¿debemos confiar en nuestros sentidos?

Sociedad

La viralización en las redes sociales de la imagen del vestido que puede ser visto de distintos colores le otorga un inesperado brío a un debate que desde hace cientos de años permanece vigente en el campo de la filosofía: ¿podemos llegar a la verdad a través de nuestros sentidos?

Para desarrollar su filosofía, el francés René Descartes partió de un precepto categórico: nuestros sentidos nos engañan. ¿Qué quiere decir esto? Que en diversas ocasiones notamos que la información que nuestros sentidos nos otorgan no se corresponde con la realidad; por ejemplo si sumergimos una vara dentro de un vaso con agua, ésta parecerá quebrarse a la vista, aunque bien sepamos que eso no ocurre. Así, si de encontrar los principios fundantes sobre los cuales sostener al conocimiento se trata, confiar en entes tan "poco confiables" como los sentidos no parecía ser buena idea para Descartes quien consideraba que a las grandes verdades de la existencia se llegaba por medio del uso de la razón.

Así pues, si nos circunscribimos al ejemplo del vestido que es visto por algunos azul y negro y por otros blanco y dorado, debemos darle toda la razón a Descartes, ya que pareciera imposible alcanzar la "verdad" sobre lo que el vestido es utilizando sólo nuestra vista, a menos que estemos dispuestos a aceptar que algunos entes puede ser dos cosas al mismo tiempo.

Por supuesto que eliminar toda posibilidad de conocimiento a partir de los sentidos puede sonar un tanto extremista, más aún teniendo en cuenta que, más allá de ciertas "ilusiones", la mayoría de nuestros saberes proceden de la experiencia. En este sentido, los empiristas afirman que cada idea que nosotros tenemos procede de una sensación, dado que venimos al mundo como "pizarrones en blanco" que se van llenando gracias a nuestros sentidos. De todas maneras, para acercar posiciones podemos recurrir al pensamiento de Immanuel Kant quien sostenía que nada hay en la razón que no haya pasado antes por los sentidos, configurando un sistema mixto en donde la razón elabora la materia prima que otorgan los sentidos para confeccionar una idea. Este pensamiento se vuelve revolucionario ya que lo que expresa es que nosotros no vemos las cosas como son, si no como podemos verlas o, en otras palabras, no es el objeto el que determina al sujeto si no que el sujeto determina al objeto ya que, desde esta concepción, conocemos ideas más que cosas.

Por ello el problema no sería tanto cuál es el color del vestido, si no más bien, por qué algunos lo ven de una manera y otros de otra. Por supuesto que el campo de la neurociencia podrá dar respuestas que nos satisfagan y que nos expliquen los factores que se ponen en juego a la hora de percibir un objeto, no obstante no podemos evitar caer en la cuenta de que mucho de lo que observamos a nuestro alrededor no es en sí mismo como pensamos que es, si no que responde a nuestra perspectiva, relativizando en cierta medida la verdad de las cosas.

Asimismo, en el debate acerca de si es de un color o de otro se pone de manifiesto un fenómeno insondable: los qualia. Por "qualia" debemos entender a aquellas cualidades subjetivas de las experiencias personales; ¿cómo sabemos que lo que nosotros vemos como "rojo" es lo mismo que los otros ven cuando dicen ver "rojo"? Podemos referirnos al mismo color y señalar el mismo objeto que ostente tal pigmento, pero jamás sabremos cómo el otro experimenta la "rojez". En este sentido pareciera que estamos encerrados en nosotros mismos, incapacitados de poder transmitir a los demás qué se siente ser uno o cómo se experimenta el mundo que nos rodea al mismo tiempo que tampoco podemos comprenderlo de los demás, debiendo recaer en convenciones para establecer lo que podría ser.

A tal respecto, otra arista interesante que se desprende del caso del vestido es la necesidad intrínseca que tenemos los seres humanos de generar convenciones, acuerdos y pactos para vivir en sociedad, dando así lugar a la diversidad de opiniones y percepciones que necesariamente emergerán ante cualquier tema. Es que si insistiéramos en cerrarnos sobre nuestras ideas de las cosas lo único que vamos a lograr es perder la oportunidad de conocer visiones diferentes que nos den una idea más global acerca de cómo son tales cosas.

Así entonces, ante la diferencia podemos optar por imponer nuestro poder y hacer uso de la fuerza simbólica o física para forzar al mundo a que sea como nosotros deseamos que sea, o bien podemos entender que hay otras perspectivas posibles que, sin negar la nuestra, la complementarán. Por ello, tal vez no importe de qué color sea el vestido, si no más bien cuán capaces somos de reconocer que el otro lo ve diferente.

Por Federico Emmanuel Mana
Licenciado en Filosofía
@fede_mana



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