Lo nuevo de James Cameron: "Avatar: Fuego y Cenizas", entre la belleza y la repetición
La tercera película de Avatar ya está disponible en cines y es un despliegue visual impresionante, pero con poca impronta narrativa. Los detalles.
Foto: (Disney)

Cuando James Cameron se coloca detrás de una cámara, la duda se disuelve en una certeza: estamos presenciando el límite de lo posible en la técnica cinematográfica. El cineasta, artífice de hitos como "Titanic" y el ingenio visceral de "The Terminator", hace años que trascendió la categoría de director para convertirse en un arquitecto de superproducciones. Su formato, impulsado por una pasión indómita y un presupuesto que le permite detallar cada fotograma, convirtió sus películas en eventos visuales que solo él puede superar. Durante 15 años, la franquicia de "Avatar" fue la prueba de fuego de su visión.
Sin embargo, hay un momento, inevitablemente temprano en las tres horas y veinte minutos de "Avatar: fuego y cenizas", en el que el espectador experto percibe una incomodidad estructural. Cameron ya no parece estar expandiendo un universo, sino meramente administrando una franquicia. El deslumbramiento visual es, de nuevo, un acto de fe innegable que nos transporta sin deseo de movernos de la silla, pero esa exuberancia técnica ya no es suficiente para disimular un agotamiento narrativo que se siente estructural. No es un problema de ambición, sino de forma; lo que antes se percibía como épica, hoy comienza a revelarse como un mecanismo reiterativo que hace que la experiencia, al pasar las tres horas, se sienta agotadora pero también deslumbrante.
El principal problema es que "Avatar: fuego y cenizas" reproduce los mismos patrones dramáticos de su antecesora, "El camino del agua", como si la saga hubiera quedado atrapada en un bucle difícil de romper. La amenaza humana regresa sin variaciones sustanciales; los conflictos familiares vuelven a ocupar el centro emocional, y el relato se organiza, una vez más, como una larga antesala de clímax sucesivos. Cameron, quien alguna vez supo contar historias simples con una eficacia demoledora (gracias al mismo Cameron existe Aliens), parece ahora atrapado en el molde de su propia grandilocuencia. El guion es previsible, los personajes entran y salen de cuadro de manera errática, y el planteo se reitera de forma considerable.
Esto nos lleva al dilema que atraviesa a Avatar desde su origen: la tendencia crítica a evaluarla bajo un criterio de excepción. Sus avances técnicos son un salvoconducto que relativiza cualquier objeción narrativa. El impacto sensorial invita a hacer la vista gorda ante falencias que, en cualquier otra superproducción de este calibre, serían el foco de la crítica. Hoy, la ecuación se invierte: cuanto más se perfecciona la superficie de Pandora, más expuesta queda la fragilidad y el desgaste del relato de fondo. Pero si hay algo que tiene de excepcional es que el espectáculo sabe potenciar la historia sustituyendo lo que es agotador o repetitivo por algo sin precedentes. De hecho, mi primera impresión tras verla fue que es superior a la segunda entrega, muy superior.
Porque realmente lo es. Tiene ese toque Cameronesco que te eleva a un éxtasis cinematográfico que hacía tiempo no experimentaba, pero que también supo cansarme y, por qué no, defraudarme un poco. En especial porque todavía falta una parte de la historia por contar.
En sí, a nivel argumental, "Avatar: fuego y cenizas" se focaliza en la historia de la familia Sully años después de los últimos acontecimientos. Mientras intentan lidiar con el duelo interno por la pérdida, Pandora sigue siendo foco de conflicto con los persistentes humanos. En este marco de lucha incesante entre Na’vi y sky people, la gran novedad es la irrupción de una nueva amenaza dentro de Pandora: la maléfica villana Varang, líder del clan Mangkwan, quien despliega todo su poder en la dominación del fuego para subyugar a los pueblos libres. Cameron le da un vuelo de épica absoluta a esta ciencia ficción con un toque místico, armando una batalla feroz con un impacto visual superior a sus producciones previas.
La lucha entre los Na’vi y los humanos seguirá siendo una grieta imposible de cerrar que conduce a una batalla de proporciones grandilocuentes. A pesar del agotamiento que genera la extensión narrativa, "Avatar: fuego y cenizas" es, en última instancia, una obra que exige el ritual de la sala de cine. Es el cine de gran escala llevado a su máxima expresión, y por más que el guion se enrede, el espectador es transportado a una experiencia inmersiva que prueba que Cameron, para bien o para mal, sigue siendo el rey indiscutible de la taquilla y del espectáculo técnico.
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