La ausencia de responsabilidad

Política

El subsecretario de Asuntos Políticos e Institucionales en la Legislatura de la Ciudad realizó un análisis sobre la crisis política que le tocó transitar al Gobierno nacional luego de las elecciones.

Cuando uno cree haberlo visto todo, cuando pensamos que ya nada puede ser más absurdo, descubrimos que es apenas el comienzo de una nueva crisis en Argentina; una vez más somos espectadores de un acontecimiento difícil de explicar desde la razón y aunque nos deje perplejos y cueste creerlo es real.

El domingo 12 de septiembre fuimos convocados una vez más a practicar uno de los ejercicios más importantes de la democracia, a expresarnos mediante el voto y elegir por quiénes queremos ser representados, qué partido político o coalición de partidos queremos que ocupen espacios en los distintos parlamentos a lo largo y ancho del país, qué propuestas nos convocan, quién creemos que puede poner en marcha los motores para encontrar la salida de la crisis en la que estamos inmersos. El resultado fue contundente, Juntos por el Cambio (la fuerza opositora), obtuvo una victoria en distritos históricamente kirchneristas.

Es aquí donde quisiera que hagamos una revisión de los acontecimientos que sucedieron luego de la derrota del oficialismo encolumnado detrás del Frente de Todos. A simple vista pareciera que los resultados adversos precipitan una fractura interna quedando de manifiesto una crisis de conducción en donde la cabeza del poder ejecutivo, el Presidente de la Nación es una vez más reprendido por su Vicepresidenta que le recuerda mediante una carta que hace pública que es ella quien lo eligió para ocupar el cargo y que el resultado electoral se debe a no hacerle caso y no escuchar sus advertencias. Una vez más nos estrellamos de frente con el verdadero problema: la evasión, la impermeabilidad; una y otra vez la responsabilidad es del otro. Primero fue Macri, luego la pandemia; más tarde, las condiciones leoninas de Pfizer, y hoy le toca a las PASO.

Así empieza nuevamente el ciclo en el que la excusa toma la escena y toda la ciudadanía es llamada a preguntarse: ¿cuándo empiezan a gobernar? ¿en qué momento asumen la propia responsabilidad en cada una de las cosas que les sucede? Si dentro de los últimos dieciocho años, en catorce gobernó el oficialismo actual, ¿no tendrán algo que ver con el 50% de pobreza, con el 50% de inflación anual, con la crisis educativa, con la pérdida sistemática de trabajo, con los problemas de inseguridad, y tantas otras cosas? En esta instancia ya no se trata ni siquiera de hacer una autocrítica, tampoco de hacerse cargo, es mucho más complejo.

El Gobierno Nacional, no sufre una crisis política, tampoco institucional: padece una crisis de responsabilidad. Respons-habilidad, capacidad de respuesta. Todo empieza y termina en el mismo lugar. Se sabe responder o no se sabe responder. Este Gobierno demuestra su sistemática incapacidad de respuesta frente a todo. La pandemia solo amplificó esta incapacidad, la puso sobre relieve, luego de tres semanas de un aislamiento social preventivo y obligatorio y de haber trabajado arduamente en ver como convivíamos con la pandemia, alcanzaron una respuesta que roza lo obvio: “enfrentamos a un virus invisible y como no lo conocemos tenemos que seguir aislados. Porque si salimos de nuestras casas buscamos al virus y entonces lo propagamos”. La respuesta del Gobierno fue entonces que nos quedemos aislados tres semanas más. Y cuando pasaron esas tres semanas, en una nueva conferencia de prensa nos dijeron que estuvieron trabajando muchísimo y que habían alcanzado una nueva respuesta, tendríamos que seguir aislados unas tres semanas más. Y así, en el término de algunos meses nos convertimos en la cuarentena más larga del mundo y nos encontramos entre los países con mayor cantidad de muertos cada cien mil habitantes. La mejor respuesta fue hacer como el avestruz, poner la cabeza debajo de la tierra y simular que porque nos quedamos en casa el mundo se detiene o las cosas no pasan. Pero no, sobre lo trágico de asumir lo irreversible de las más de 114.000 muertes, también perdieron la escolaridad 1.500.000 de chicos, se fundieron 41.200 pymes y quedaron sin trabajo más de 200.000 personas. La respuesta del gobierno nacional fue unívoca: fue la pandemia, no se tuvo otra alternativa.

Pero sí había otra alternativa y bastaba con ver el mundo para descubrirla. Se podría haber dispuesto una cuarentena inteligente, administrada; se podrían haber desarrollado protocolos para cuidarnos y trabajar al mismo tiempo, se podría haber testeado masivamente y estudiar los datos y la evidencia científica que mes a mes se iba amplificando. Y no era solo cuestión de mirar hacia afuera, sino tomar como referencia lo que hacía la Ciudad de Buenos Aires. Horacio Rodríguez Larreta, Diego Santilli y Fernán Quiroz en el mes de mayo del año 2020 comenzaban a trabajar sobre lo que luego se conoció por el nombre de “Plan de Puesta en Marcha”. Este plan consistía en la apertura progresiva de actividades comerciales y el retorno a la presencialidad. Y así fue, cumplieron. La primera semana de abril, el vicepresidente primero de la Legislatura porteña, Agustín Forchieri, antes de cumplirse las primeras dos semanas de aislamiento ya diseñaba como se iba a hacer para sesionar virtualmente, pero de lo que estaba seguro es de que había que acompañar al poder ejecutivo de la ciudad con los instrumentos jurídicos necesarios para que pudiera redireccionar sus fondos para enfrentar la pandemia.

La buena voluntad no siempre es suficiente: se trata de saber hacer o no. Esta es la crisis que enfrenta el Gobierno Nacional, no tiene capacidad de acción ni de reacción, está dormido y sin rumbo, porque nunca se puede ir hacia donde no se sabe. Este es el gobierno de la improvisación, del vamos viendo. Así llegan a las elecciones primarias y las pierden. Y cuando las pierden nos dicen que ahora sí nos van a escuchar. ¿Por qué no lo hicieron antes? Escuchar es la premisa básica. Quien detenta el poder dentro de una democracia moderna es un representante. Y el rol de aquel que representa no es hacer lo que quiere, sino lo que se le encomienda. El pueblo sabe lo que necesita. No se escucha antes o después de una elección, se debe escuchar todo el tiempo que dure el mandato de representación.

Gobernar es anticiparse, lo contrario a llegar tarde una y otra vez. Porque llegar tarde con las vacunas es que haya más mortalidad, porque llegar tarde con la presencialidad es que haya más deserción escolar, porque llegar tarde es más pobreza, más desempleo, más desconfianza e incertidumbre.

Gobernar es escuchar, prestar atención a lo que tu pueblo necesita y hacer para que todos vivamos mejor. Seguimos esperando, pero queda cada vez menos tiempo. La oposición será garante de la gobernabilidad que requiere un país democrático y republicano, pero tienen que asumir la responsabilidad, dejar las excusas y comenzar a actuar.

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