"Cuerpos Vol. 1" de Babasónicos: advertencia, este no es el festival de la canción
Entre electrónica, sutilezas pop y letras punzantes, Babasónicos entrega su álbum más físico en años.
Babasónicos publicó "Cuerpos Vol. 1"
Babasónicos vuelve a moverse como un organismo vivo, un animal que cambia de piel a la vista del público, y Cuerpos Vol. 1 funciona como la fase más reciente —y probablemente más extrema— de una metamorfosis que empezó con Discutible, se asentó con Trinchera y ahora respira con una intensidad táctil, casi sudada, como si el sonido mismo desprendiera vapor. Dárgelos ya había avisado en “Cretino” (de Discutible): “este no es el festival de la canción, donde festejan y aplauden”. Ese verso, lanzado con desgano soberbio, parece escrito para enmarcar este nuevo disco: uno que decide decir sin ser panfleto, provocar sin caer en slogans, ser contemporáneo sin calcarnos de la época ni traicionarse en la nostalgia. En tiempos donde muchos artistas de su generación se repiten como hologramas desajustados de sus viejas obras, Babasónicos hace lo contrario: se sumerge en el presente y lo manipula a su favor, como si estuvieran modelando un objeto digital, capa por capa, hasta que el render final queda a su gusto.
Las letras, completamente en sintonía con el nombre elegido para esta placa, se sienten corpóreas. No sólo hablan del cuerpo: son cuerpo. Palabras en fricción, roces, advertencias, zonas donde la piel suena. “A veces quiero fuego y me quemo”, confiesa Dárgelos en Advertencia, y ahí está resumida toda la estética del álbum: deseo, riesgo, calor. Una obra que se deja tocar y que al mismo tiempo quema.
La secuencia sonora comienza con Tiempo Off, que es la forma más elegante posible de decirle a los fans de la vieja guardia: “Acá no hay vuelta al pasado”. Un midtempo de base electrónica con guitarras apenas dibujadas, atmósferas que podrían convivir en un set de Hernán Cattáneo y texturas dignas de Paul Van Dyk con una vuelta babasónica. En un solo tema se entiende que Cuerpos está más cerca del pulso nocturno que de cualquier revival “rockero”.
Con Revelaciones aparte aparece el costado más áspero del disco, un rock & roll actualizado, estético, calibrado, empujado por riffs hermosos de Mariano Roger, que demuestra que Babasónicos puede rockear sin convertirse en una banda de rock. Después llega Maracuyá, con su perfume tecno industrial, el juego de voces en dueto (a veces cristalinas, a veces deformadas) y unos puentes que harían sonreír a los propios Depeche Mode. Es un tema pensado para quedarse: uno de esos que entran fácil en la lista de los vivos y no salen más.
Cocos es lo más parecido a una balada que Babasónicos está dispuesto a concederse. Pero incluso ahí, en su pieza más “suave”, el grupo evita el sentimentalismo clásico y arma un clima que se sostiene en la contención, en un romanticismo de cristal opaco. Advertencia —la más fan friendly— sintetiza todo lo que el grupo es hoy: sutil, bailable, sofisticada, descarada y sublime, con un manejo de capas sonoras que parece diseñado para producir frenesí en quien la escucha.
Miau es vulnerabilidad exhibida como estrategia estética: Dárgelos se muestra frágil para dominar mejor el discurso. Labios apilados funciona como un laboratorio oscuro donde la abstracción instrumental convive con sensualidad y dramatismo en dosis administradas, mientras que Mercado Blue retoma el pulso narrativo de “Cómo eran las cosas” pero con diecisiete años más de memoria, ironía y experimentación sonora.
El cierre con Mi propia música no es clausura: es tránsito. Un manifiesto existencialista en formato midtempo que anuncia, sin anunciar, que esta primera entrega no es definitiva. Que habrá un Vol. 2. Que este cuerpo todavía no terminó de ensamblarse.
Al final, Cuerpos Vol. 1 es Babasónicos recordándole al mundo que sigue vivo, inquieto y dispuesto a incomodar cuando haga falta. Que no pretende sonar como la época, pero tampoco negar que respira en ella. Que no quiere repetir sus glorias pasadas ni caer en la trampa complaciente de los aniversarios. Y, sobre todo: que no vino a entregar canciones “para festejar y aplaudir”, sino una obra con volumen, temperatura, textura, con zonas de aire y zonas de roce. Un disco que respira por sí mismo. Un cuerpo que late. Una advertencia clara: acá no se premia la obviedad, acá se premia el riesgo.
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