Una marca indestructible en las relaciones entre católicos y judíos

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Los judíos tienen una cuota de reconocimiento hacia ambos pontífices, quienes produjeron una bisagra en nuestro vínculo.

Escribe Alberto Zimerman (*).

En el Vaticano, la Iglesia Católica Apostólica Romana, proclamó santos a dos Papas: Juan XXIII y de Juan Pablo II.

Los judíos tenemos una cuota de reconocimiento hacia ambos pontífices, quienes produjeron una bisagra en nuestro vínculo.

En 1934 el Arzobispo  Guiseppe Roncalli, luego Juan XXIII, fue nombrado representante papal en Turquía, Bulgaria y Grecia. Como tal intercedió ante el rey Boris de Bulgaria a favor de judíos búlgaros, y ante el gobierno turco a favor de refugiados judíos que habían escapado a Turquía.

Lo mismo hizo para evitar la deportación de judíos griegos. Organizó en Estambul una red de salvación de judíos y otros perseguidos por el nazismo. Según testimonios dados ante los tribunales de Nüremberg, esto permitió salvar a 24.000 judíos, aunque fuentes católicas afirman que se dispensaron unos 80.000 certificados

Años más tarde, siendo nuncio apostólico en París, ante el voto en las Naciones Unidas sobre el reconocimiento del Estado de Israel, trabajó para asegurar el apoyo de los países latinoamericanos.

Ya como el Papa Juan XXIII en 1959, suprimió el texto de la liturgia que hablaba de los "pérfidos judíos".  En 1961 recibió  a una delegación de judíos estadounidenses que había acudido para darle las gracias por lo que había hecho por el reconocimiento del Estado de Israel, con unas palabras significativas: "Yo soy José, vuestro hermano".

Después de muerto, en 1965 inspiró la Declaración Conciliar "Nostra Ætate" que fue el comienzo de una nueva visión de la relación entre la Iglesia Católica, con judíos y musulmanes

Sin embargo este texto fue calificado por la gran mayoría de los judíos como muy general y opaco después del martirio de la Shoa (El asesinato de 6.00.000 de personas por el solo hecho de ser judías). La condena del antisemitismo se proclamó en otro documento posterior, en 1974. Fue precisamente Juan Pablo II quien no sólo condenó el antisemitismo, también lo calificó de pecado.

El 13 de abril de 1986, cruzó el río Tiber y fue a la bella sinagoga de Roma. En esta visita fue recibido por el Rabino Jefe de entonces, Elio Toaff. Juan Pablo II hizo hincapié en su profunda gratitud por la acogida recibida y en los antiguos lazos que unen entrañablemente al Obispo de Roma con la comunidad judía de la Ciudad Eterna:  "Además sé muy bien que el Rabino Jefe, la noche que precedió la muerte del Papa Juan XXIII, no dudó en ir a la plaza de San Pedro, acompañado de un grupo de fieles judíos, para rezar y velar, entremezclado entre la multitud de católicos y otros cristianos, testimoniando así, de forma silenciosa pero tan eficaz, la grandeza del alma de ese Pontífice, abierto a todos sin distinción y, en particular a los hermanos judíos".

Una vez más, el Papa reiteró palabras de "execración por el genocidio decretado durante la segunda guerra mundial contra el pueblo judío, que llevó al holocausto a millones de víctimas inocentes" y ante el cual "nadie puede quedar indiferente":  "Sí, una vez más, por medio mío, la Iglesia, con las palabras del conocido decreto Nostra Ætate (n. 4) "deplora los odios, persecuciones y todas las manifestaciones de antisemitismo contra los judíos de cualquier tiempo y persona!" Repito: "¡de cualquiera'!". ... Sois nuestros hermanos predilectos y en cierto modo se podría decir nuestros hermanos mayores

Introdujo una nueva sensibilidad en la Iglesia. Expresiones resonantes de este cambio se registran durante su pontificado en otros escritos los siguientes documentos doctrinarios:

-Notas para una correcta presentación de judíos y judaísmo en la predicación y la catequesis de la iglesia romana Mayo 1985

-La Iglesia ante el racismo 3-XI-1988

-Nosotros recordamos: una reflexión sobre la "SHOAH" el 16 de marzo de 1998.

-Memoria y reconciliación. La iglesia y las culpas del pasado 2000

Además pronunció una veintena de discursos en instituciones judías que visitó en diversos viajes, alguna de ellas de una riqueza sumamente interesante.

Otra impronta indeleble fue el establecimiento de relaciones diplomáticas con el Estado de Israel: el 30 de diciembre de 1993, el embajador Shmuel Hadas, un chaqueño emigrado a Israel en 1957 y nacionalizado israelí, entregó sus cartas credenciales

Fue un momento importante, cuando rezó ante el Muro occidental del monte del Templo o Muro de los Lamentos, algo muy impresionante para un judío.

Para concluir, el aporte de ambos Papas fue muy significativo. Contribuyó al diálogo. Esta interacción de búsqueda respetuosa de las diferencias entre judíos, cristianos y musulmanes es de una importancia crucial, no como un objetivo en sí mismo, sino como un medio para lograr la convivencia, la cooperación y la paz entre todos los pueblos.

(*) Secretario de Relaciones Interconfesionales de la DAIA.

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