Babasonicos en Ferro: noches sin tiempo off
Con 29 canciones, regresos celebrados, dos postales de Cuerpos Vol. 1 y un pulso estético que anticipa una mutación en marcha, Babasonicos convirtió Ferro en una demostración de precisión, riesgo y seducción.
Lo que Babasonicos hizo en Ferro no fue un show "agrandado" por el marco: fue otro movimiento calculado en el continuo de transformaciones que sostiene a la banda desde hace años. La apertura con “Advertencia”, primer corte de Cuerpos Vol. 1, funcionó como una advertencia literal: no se viene a mendigar aplausos ni a vender porvenir, sino a marcar territorio. Más tarde, “Tiempo Off” completó la dupla nueva, ambas ejecutadas con una fineza que expuso en vivo la fisicidad, el pulso nocturno y la respiración táctil que domina la etapa actual, aun cuando el repertorio completo todavía no lo exponga del todo.
El set de 29 canciones —idéntico sábado y domingo— mostró a una banda que articula pasado, presente y lo que asoma sin explicaciones ni prólogos. Hubo clásicos inevitables, temas habituales de estos años y una serie de regresos que el público celebró como si fueran estrenos. “Su ciervo”, en su versión original por primera vez desde 2012, y “Desfachatados”, reactivada sin una pizca de nostalgia complaciente, marcaron el retorno del costado noventoso. En esa misma línea, aunque desde otro ángulo, irrumpió “Gratis”, ausente desde 2017 y en su forma original desde 2008: un rescate inesperado que funcionó como bisagra emocional entre el archivo y el presente.
La puesta aportó su propia tensión: una pantalla monumental y una iluminación entre lo monocromático y las luces enceguecedoras dominaron el primer tramo, un corredor visual que parecía dialogar con la estética de Cuerpos Vol. 1 sin necesidad de literalidades. Luego, con la secuencia “Risa” – “Gratis” – “Puesto”, la noche abrió la puerta a tonos menos austeros, menos clínicos.
Y antes de que estallara la seguidilla final apareció el primer golpe emocional de la jornada: el regreso de Carca. Sin anuncios ni sobreexplicaciones, su sola presencia cargó de electricidad canciones como “Vampi”, “El loco”, “La lanza” y "Bye Bye”, su última intervención de la noche. Fue un momento de alegría sincera, compartida por banda y público.
“Bye Bye” fue, además, el punto de arranque para el último tramo, una cadena de once explosiones consecutivas que no dio respiro. Desde “Carismático” hasta “Putita”, desde “Cómo eran las cosas” hasta “Irresponsables”, la banda avanzó con contundencia, oficio y desparpajo. En ese segmento llegó “La pregunta”, interpretada con un filo que volvió a exponer por qué es una de las declaraciones de principios más sólidas del siglo XXI. A juicio de este cronista, brilla más cuando aparece de manera imprevisible en el set, pero su ubicación táctica antes del bis no le restó ni precisión ni impacto.
Fiel a su ADN, Babasonicos evitó cualquier tentación de solemnidad de estadio y liquidó el asunto con "La izquierda de la noche" y "El colmo": no hubo discursos de ocasión, no hubo “bonus tracks” por la magnitud del espacio, no hubo demagogia. Lo que hubo fue coherencia, decisión y una forma de entender la música como un proceso en movimiento, nunca como un monumento.
En 115 minutos bastó y sobró para confirmar que la banda sigue comportándose como un cuerpo mutante: inquieto, pulido, voraz, siempre dispuesto a poner en riesgo su propia comodidad. Salieron, encendieron, desorientaron, incendiaron y se fueron. Y cuando Ferro quedó en silencio, lo que flotaba no era solo el eco de los hits: era la sensación —renovada— de que Babasonicos otra vez movió su frontera hacia adelante, sin pedir permiso y sin mirar atrás más de lo necesario.
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